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Lo que Pedro entendió

La pesca milagrosa de Jacopo Bassano

Después de la resurrección de Jesús, los discípulos volvieron a Galilea. Pedro decidió salir a pescar una vez más. Debía sentir una gran frustración por haber negado a su Señor. Aunque lo vio resucitado, tal vez pensaba que no había perdón y gracia suficientes para él, de modo que volvió a su antigua profesión de pescador, a aquella de la cual Jesús lo había llamado para que pescara hombres. Quizás creía que su pecado — haber negado a su amigo y Señor— lo descalificaba ya para su nuevo trabajo. Su posición en el nuevo reino estaba, por decir lo menos, comprometida; ni más ni menos, había negado al Mesías, al heredero prometido del trono de David en el nuevo reino. En sus propias palabras, como en el bolero, lo había dejado todo por seguir a Jesús: trabajo, familia, esposa, terrenos (Mateo 19:27-28; Lucas 18:28-30) y al final él solito se había descalificado negándolo. ¡Peor aún, su Señor había resucitado! Desde la subjetiva experiencia de Pedro, lo peor que le había podido pasar no era haber negado a Jesús, sino que, después de haberlo negado, Jesús resucitara. ¡Eso sí que es mala suerte! Aparte de que los muertos no resucitan, justo el que se resucita es Aquel a quien él negó, demostrando así que era el verdadero Mesías.

Claro que sí,  Pedro estaba convencido de que su traición lo descalificaba para cualquier posición en el nuevo reino del Mesías resucitado, si es que no lo hacía merecedor de la muerte. ¿Qué opciones tenía? Es difícil culparlo. Se devolvió a hacer lo que antes hacía: pescar. Y se llevó a otros «exdiscípulos» con él: Juan, Jacobo, Tomás, Natanael y otros dos no nombrados. Pero, siendo Pedro, su mala suerte lo acompañaba, y no pescó nada en toda la noche (como en aquella época no había neveras, era costumbre pescar en la noche para vender el pescado fresco en la mañana), así que debía estar doblemente frustrado. Para completar, llegó un desconocido a la orilla con una pregunta que les echaba en cara su mala suerte:

—¿Tienen algo de comer? —preguntó.

—No tenemos nada —respondieron perdedores desde la barca.  

El desconocido les dijo que arrojaran las redes a la derecha del bote. Pedro y los demás decidieron hacerlo probablemente con cierta actitud de whatever… y para su sorpresa las redes terminaron tan llenas de peces que no podían ni siquiera levantarlas. En ese momento, uno de los que estaba con Pedro (quizás uno de los dos no nombrados), se dio cuenta de que el desconocido era Jesús y se lo dijo a Pedro. Entonces Pedro, entendiéndolo todo, se arrojó al agua y se fue nadando hasta la orilla a verlo, sin esperar siquiera que la barca, llena de los pescados por el milagro, llegara.

¿Qué fue lo que entendió Pedro? Decir que se dio cuenta de que era más grande quien hacía el milagro que el milagro mismo es un lugar común que, aunque cierto, no hace justicia al tamaño de la revelación. Hay mucho más de fondo. Lo que Pedro entendió fue el escandaloso tamaño del amor y la gracia de su Señor, la abismal diferencia entre el verdadero Mesías y los gobernantes de las naciones (Mateo 20:25-28), las reglas del nuevo reino, porque su llamado seguía vigente. ¿Cómo es esto?

La pesca milagrosa posterior a la resurrección fue casi idéntica a la pesca milagrosa previa a la resurrección en la que Jesús llamó a Pedro (Lucas 5:1-11). Como la vez anterior, Pedro y sus amigos habían pasado toda la noche sin pescar (Lucas 5:5; Juan 21:3). Como la vez anterior, fue Jesús quien les dijo que volvieran a arrojar la red (Lucas 5:4; Juan 21:6) Como la vez anterior, Pedro estaba frustrado. Y como la vez anterior, iba con otros que presenciaron lo ocurrido; es más, probablemente quien le dijo a Pedro que el de la orilla era Jesús también había estado con él en la pesca milagrosa anterior y por eso cayó en cuenta (Lucas 5:9-10; Juan 21:1-2,7). Y, más importante, como la vez anterior, la escena culminó con el llamado de Jesús a Pedro (Lucas 5:10; Juan 21:15-17).

Volvamos pues a la frustración inicial de Pedro por haber negado a su Señor resucitado; por saber que, después de ser uno de los favoritos del Mesías, él y solo él había dilapidado la oportunidad más grande de su vida; todo esto sumado al dolor que le hacía llorar por haber traicionado a su amigo inocente. Lo que Pedro recibió cuando Jesús le repitió el milagro fue vida, una nueva vida. Y no hablamos aquí solo de la vida biológica de saber su cabeza sobre su cuello… aunque fuera un alivio que no suelen tener quienes traicionan a otros señores. No, no hablamos de bios, sino de zoe, de abundancia de vida (Juan 10:10). Pedro volvió a nacer: sus sueños fueron renovados, sus esperanzas fueron renovadas y su posición fue confirmada (no es un detalle menor: Apocalipsis 21:10,14). Porque esa es la forma de proceder del Señor de Pedro, del nuevo Rey de las naciones.

Jesús terminó diciéndole a Pedro que el apóstol iba a morir como mártir por Él en algún momento y, contrario a lo que la mayoría pensaría, esas palabras fueron bálsamo para el corazón atribulado de Pedro. Jesús mismo le estaba dando la seguridad de que, cuando fuera el momento de su muerte, no negaría a su Señor como la vez anterior, sino que lo iba a glorificar con ella. Jesús, siendo palabra y vida, Logos y Zoe, no puede hablar sin dar vida. Ni siquiera hablando de muerte deja de darnos vida (Juan 21:18-19).

Jesús habló y le ratificó a Pedro que Él lo amaba con amor eterno, que lo había llamado y que Él mismo sanaba el corazón del apóstol para que, llegado el momento, fuera capaz de ofrecer su bios, porque había recibido de Jesús zoe.  

La superficialidad no es una opción

A pesar de lo que muchos puedan pensar con respecto a la Biblia, los libros que la componen son obras maestras de la literatura universal. Por ejemplo, 1 Corintios posee una riqueza literaria superlativa. En particular, 1:17—2:2 es de tan alta facundia que abruma y revela la estatura intelectual de Pablo de Tarso. El texto es en realidad un poema. Como lo explica K. A. Bailey (en cuyas ideas basaré esta entrada), está escrito «en verso». Así que, con algo de transliteración del griego, voy a intentar hacer la profundidad literaria más clara:

A.     1. Pues no me envió Cristo a bautizar,
              2. sino a predicar el evangelio;
                   3. no con sabiduría de palabras,
                        4. para que no se haga vana la cruz de Cristo.
     B.     1. Porque la palabra de la cruz es locura a los que son destruidos;
                   2.  pero a los que se salvan, esto es, a nosotros,
                   2′. es poder de Dios
              1′. Pues está escrito: «Destruiré la sabiduría de los sabios»
              a.     («y desecharé el entendimiento de los entendidos»).
           C.     1. ¿Dónde está el sabio?
                         2.  ¿Dónde está el escriba?
                         2′. ¿Dónde el erudito de esta época?
                    1′. ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?
               D.     1. Pues ya que en la sabiduría de Dios,
                        2. el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría,
                   E.     1. agradó a Dios, mediante la locura de la predicación,
                            2. salvar a los creyentes.
                         F.     1. Porque los judíos piden señales,
                                  2. y los griegos buscan sabiduría;
                              G.     1. pero nosotros predicamos
                                       2. a Cristo crucificado,
                         F’.    1. para los judíos ciertamente tropezadero,
                                 2. y para los gentiles locura;
                    E’.     1. mas para los llamados        b. (tanto judíos como griegos)
                             2. Cristo [es] poder de Dios, y sabiduría de Dios.
               D’.     1. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres,
                         2. y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres
                                                 c. (pues consideren, hermanos, su propio llamamiento).
         C’.    1. No muchos de ustedes son sabios según la carne,
                      2.  ni muchos, poderosos;
                      2′. ni muchos, nobles;
                 1′. sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios
                                           d. (y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte)
                                           e(y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios,
                                               y lo que no es para deshacer lo que es).
     B’.     1. A fin de que nada en la carne se gloríe en la presencia de Dios,
                   2.  por quien ustedes están en Cristo Jesús,
                   2′. a quien Dios hizo sabiduría para nosotros
                        f. (esto es, justificación santificación y redención),
               1′. para que, como está escrito: «El que se gloríe, que lo haga en el Señor».
A’.     1. Y cuando fui a ustedes    g. (y fui a ustedes),
              2. no fui con excelencia de palabras     h. (ni de sabiduría)
                   3. para anunciarles el testimonio de Dios,
                        4. pues me propuse no saber entre ustedes de cosa alguna,
                            sino de Jesucristo, y de este crucificado.

Los antiguos poetas, como los contemporáneos, no buscaban tanto la rima de sonidos (aunque a veces sí), sino la rima de ideas. Para esto recurrían a una figura literaria muy elaborada llamada paralelismo. Este poema tiene siete unidades, dadas por las letras mayúsculas en la separación anterior. En ellas se presenta el llamado paralelismo invertido: la primera unidad está asociada con la última; la segunda, con la penúltima; la tercera, con la antepenúltima; y así sucesivamente hasta llegar a un punto de pivote en el medio del poema:

A.     Predico la cruz
     B.     Ellos, que son destruidos
              nosotros, que somos salvos
           C.     El sabio (el erudito) hecho necio
               D.     La sabiduría de Dios y la ignorancia del hombre
                   E.     La predicación salva a los creyentes
                         F.     Los judíos y los griegos rechazan
                              G.     Predicamos la cruz
                         F’.    Los judíos y los gentiles rechazan
                    E’.     Cristo es poder y sabiduría para los llamados
               D’.     La sabiduría de Dios y la debilidad del hombre
         C’.    Los sabios (los fuertes) avergonzados
     B’.     Ellos, que se jactan
               ustedes, que están en Cristo
A’.     Yo predico la cruz

LAS SEIS UNIDADES EXTERNAS (A-B-C-…-C’-B’-A’)

A y A’

Las líneas de A y A’ forman conjuntamente otra forma de paralelismo llamado paralelismo escalonado.  Es decir, la primera línea de A está relacionada con la primera de A’; la segunda línea de A, con la segunda de A’; la tercera de A, con la tercera de A’; y la cuarta de A, con la cuarta de A’:

A.     1. Pues no me envió Cristo a bautizar,
              2. sino a predicar el evangelio;
                   3. no con sabiduría de palabras,
                        4. para que no se haga vana la cruz de Cristo.

A’.     1. Y cuando fui a ustedes    g. (y fui a ustedes),
              2. no fui con excelencia de palabras     h. (ni de sabiduría)
                   3. para anunciarles el testimonio de Dios,
                        4. pues me propuse no saber entre ustedes de cosa alguna,
                            sino de Jesucristo, y de este crucificado.

Las ideas explícitas de cada párrafo son, a saber:

1. La venida de Pablo.
         2. No con palabras sabias.
                3. La predicación.
                       4. La cruz de Cristo.

El lector atento notará que en la anterior descripción las líneas 2 y 3 de A están invertidas, y que la 1 está negada; a diferencia de lo que acontece en A’, que coincide en todo con la descripción explícita. La mejor forma de entender esto es que probablemente Pablo pasó mucho tiempo —quizás años— escribiendo este poema, y las líneas iniciales eran:

A.     1. Pues Cristo me envió,
              2. no con palabras sabias;
                   3. sino a proclamar el evangelio,
                        4. para que no se haga vana la cruz de Cristo.

Sin embargo, como antes del inicio del poema Pablo estaba contrarrestando divisiones relacionadas con el bautismo de algunos miembros de la iglesia de Corinto, para poder insertar su poema y mantener el contexto cambia la línea 1 de A. Esto lo forzó a cambiar el orden de las líneas 2 y 3, pues de otra manera la frase perdería todo sentido.

B y B’

Las unidades B y B’ son internamente paralelismos invertidos también:

B.     1. Los que se destruyen.
                   2.  Los que se salvan.
                   2′. Poder de Dios.
         1′. Está escrito: «Destruiré».

Las líneas 1 y 1′ coinciden, así como las 2 y 2′. Alguien dirá que la semejanza está un poco refundida entre 2 y 2′, y quizás tenga algo de cierto en la construcción semántica. No obstante, la teología paulina y todo el Nuevo Testamento enseñan que la salvación solo es por el poder de Dios y no por méritos humanos. De otro lado, para compensar un poco esta dispersión entre 2 y 2′, Pablo hace que las dos líneas mantengan ritmo y rima pues en el griego coincide  el sonido de las voces finales y las líneas tienen 8 y 7 sílabas, respectivamente.

En cuanto a B’, el paralelismo invertido puede verse así:

B’.     1. Los que se glorían.
                   2.  Ustedes en Cristo.
                   2′. Sabiduría de Dios.
          1′. Está escrito: «Que se gloríen en el Señor».

Como si fuera poco el paralelismo invertido al interior de de B y B’, Pablo hace que las dos unidades funcionen como un paralelismo escalonado, tal como ocurrió con A y A’:

B.     1. Los que se destruyen.
              2. Los que se salvan.
                   2′. Poder de Dios.
                        1. Está escrito: «Destruiré».

B’.     1. Los que se glorían.
              2. Ustedes en Cristo.
                   2′. Sabiduría de Dios.
                        1. Está escrito: «Que se gloríen en el Señor».

C y C’

Al igual que B y B’, las unidades C y C’ también manejan internamente paralelismos invertidos:

C.     1. El sabio.
                         2.  El escriba (sabio judío).
                         2′. El erudito (sabio griego).
         1′. La sabiduría hecha locura.

C’.    1. Los sabios.
                      2.  Poderosos.
                      2′. Nobles.
          1′. Los sabios hechos necios.

Y así como con A y A’, y B y B’, las unidades C y C’ también forman un paralelismo escalonado, en el que el asunto de C es el conocimiento, y el de C’, el poder (además, ha de añadirse que en la sociedad judía de la época, las clases dominantes eran las religiosas, los escribas ostentaban también poder político):

C.     1. El sabio.
              2. El escriba.
                   2′. El erudito.
                        1. La sabiduría hecha locura.

C’.     1. Los sabios.
              2. Los poderosos.
                   2′. Los nobles.
                        1. Los sabios hechos necios.

Por último, vale la pena mencionar que en estas 24 líneas de A-B-C-C’-B’-A’, la última línea de cada unidad es el tema con el que comienza la primera línea de la siguiente, excepto en una ocasión (B’2-A’1):

A1 – – – Fui enviado.
A4 – – – La cruz de Cristo.
B1 – – – El mensaje de la cruz.
B4 – – – Los sabios.
C1 – – – El sabio.
C4 – – – Sabiduría del mundo.
C’1 – – – Los sabios según la carne.
C’4 – – – Los sabios avergonzados.
B’1 – – – Nadie puede jactarse en la carne.
B’2 – – – Jactarse en el Señor.
A’1 – – – Vine (¿?)
A’4 – – – Cristo crucificado

LAS SIETE UNIDADES INTERNAS (D-E-F-G-F’-E’-D’)

En medio de las 24 líneas de A-B-C-…-C’-B’-A’, están las siete unidades D-E-F-G-F’-E’-D’. Catorce líneas («versos») que crecen desde D en 7 líneas hasta el punto de pivote G y luego decrecen desde G en 7 líneas hasta D’. Además, las dos líneas de G tienen cada una 7 sílabas en el original griego. De manera que el 7 está presente de 3 formas en el centro del poema:

               D.     1. Pues ya que en la sabiduría de Dios,
                        2. el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría,
                   E.     1. agradó a Dios, mediante la locura de la predicación,
                            2. salvar a los creyentes.
                         F.     1. Porque los judíos piden señales,
                                  2. y los griegos buscan sabiduría;
                              G.     1. pero nosotros predicamos
                                       2. a Cristo crucificado,
                         F’.    1. para los judíos ciertamente tropezadero,
                                 2. y para los gentiles locura;
                    E’.     1. mas para los llamados        b. (tanto judíos como griegos)
                             2. Cristo [es] poder de Dios, y sabiduría de Dios.
               D’.     1. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres,
                         2. y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres
                                                 c. (pues consideren, hermanos, su propio llamamiento).

D-E-E’-D’

Puede verse también que la línea D1 repite el asunto de las dos líneas externas de C (C1 y C4), y D2 repite el asunto de las dos líneas internas de C (C2 y C3). Igualmente ocurre en la comparación de C’ y D’ (D’1 sienta el patrón de C’1 y C’4; y D’2 sienta el patrón de C’2 y C’3). Y para continuar la tendencia las unidades D-E-E’-D’ están conectadas como sigue:

               D.     La sabiduría de Dios (y el mundo).
                   E.     La predicación: locura de Dios (y los salvos)
                   E’.     La sabiduría de Dios (y los salvos).
               D’.     La locura de Dios (y el mundo).

F-G-F’

Los tres pares de unidades centrales son el clímax del poema. Las dos líneas de F riman en el griego, y las cuatro líneas de G-F’ tienen 7 sílabas cada una, cosa claramente deliberada. Los temas centrales de estas tres unidades son:

               El mundo y la sabiduría de Dios.
                   La predicación (y los que creen).
                         Judíos y griegos (que no creen).
                              La cruz.
                         Judíos y griegos (que no creen).
                    Cristo: la sabiduría de Dios (y los llamados).
               El mundo y la sabiduría de Dios.

CONCLUSIÓN

Mucho más puede decirse con respecto al aspecto literario de este poema. Pero me parece que con lo expuesto acá la situación queda más que clara.

  1. Pablo es un genio desproporcionado.
  2. Debió pasar meses, probablemente años, escribiendo este poema antes de plasmarlo en la primera carta a los Corintios.
  3. Por lo tanto, la inspiración divina funciona de muchas maneras. No es solo que de repente «le cayó la moneda». Esto también puede verse al menos en otros documentos paulinos: a) En la defensa que hace el apóstol del evangelio que recibió del cielo en la carta a los Gálatas; es decir, Gálatas está plasmando ideas que él ya tenía claras en su cabeza. b) En Romanos, su obra maestra; pues en esta carta expone con muchísimo más detalle la idea de su evangelio, que años antes había comenzado a plasmar por escrito en la carta a los Gálatas.
  4. Las críticas al cristianismo por superficial lo único que revelan es la superficialidad de quienes lo critican. Es hasta entendible que a algunos les parezca difícil de aceptar, pero es incomprensible que se le deseche como una simple superficialidad.
  5. Cuando Pablo dice en el medio del poema que no habla con palabras de humana sabiduría, lo está diciendo en sentido figurado. Pues queda claro que estas líneas son una obra maestra de la lengua griega. Más bien, lo que está diciendo es que todo su extraordinario conocimiento e intelecto lo rinde a los pies de la cruz de Cristo.
  6. Es inconcebible entonces que haya supuestos expertos en Biblia que no quieran conocer el griego y se jacten desde sus altares de no conocerlo. Tienen la misma credibilidad que un experto en Shakespeare que no quiere conocer el inglés o un experto en Cervantes que no quiere conocer el español. ¡No se puede apelar a la superficialidad en nombre del Logos!
  7. Por último, este poema revela por completo el pensamiento y la vida de Pablo: renunció al honor y al poder del mundo, cosa que era una locura, con el fin de aceptar la locura del evangelio de la cruz de Cristo. Más aún, el poema comienza (A), termina (A’) y tiene su clímax (G) en la cruz de Cristo y en su consiguiente predicación. Lo demás, así al mundo le parezca locura, es paisaje.

Yo sé que mi Redentor vive

Yo sé que mi Redentor vive,
y al fin se levantará sobre el polvo;
y después de desecha esta mi piel,
en mi carne he de ver a Dios;
al cual veré por mí mismo,
y mis ojos lo verán, y no otro,
aunque mi corazón desfallece dentro de mí.
Job 19:25-27

Pocos textos bíblicos me arroban el alma con tanta fuerza como esta declaración del patriarca uzita Job. Aunque los eruditos datan el libro de Job del siglo 6 a.C., al parecer la historia como tal se remonta a una tradición oral al menos tan antigua como el mismo Moisés; cosa que la situaría como una de las más antiguas historias bíblicas, si no la más antigua. Job está tan bien escrito, es tan virtuoso su verso, que el gran poeta británico Alfred Lord Tennyson lo llamó «el más grande poema de los tiempos antiguos y modernos».

Y este preludio le da fuerza a dos cosas que quiero decir. Primero, el mensaje de Job es universal. ¿Por qué? Porque Job era de la lejana y extraña tierra de Uz y al parecer la historia es anterior a la formación del pueblo de Israel. Por lo tanto, su mensaje trasciende el judaísmo; la antigüedad y lejanía geográfica conllevan el contexto de sabiduría ancestral que apela más allá de un grupo nacional o cultural particular. Es decir, la metanarrativa de Job sitúa la historia en un contexto que abarca a toda la humanidad.

Segundo, hay un clamor existencial profundo en las palabras de Job. La estructura poética, sobre todo esta tan bien lograda, trasmite un mensaje para el que la sola literalidad es inadecuada. Cierto, necesitamos como Job un Redentor que muera y resucite por nosotros, eso es claro de la literalidad. Pero el poema marca con increíble fuerza que, además de necesitarlo en medio de nuestros sufrimientos, lo anhelamos; y si ese anhelo no se hace realidad, la vida termina truncada, incompleta y sin sentido, como en un escrito de Jean Paul Sartre.

Por eso decía C. S. Lewis que si tenemos deseos y nada en este mundo puede satisfacerlos, es porque fuimos hechos para otro mundo. Y por eso Lewis y Tolkien concluyeron que el cristianismo es «el mito que se hizo realidad». Cristo resucitó, no le quepa la menor duda (para una introducción histórica a los argumentos vea aquí y aquí). Y al resucitar hizo la creencia de Job y de todos los cristianos no solo una historia que necesitábamos y anhelábamos cierta, sino una que es cierta.

La historia de Job, hace al menos 4500 años, tiene todo el mensaje del evangelio: necesitábamos un Redentor como nosotros —luego humano— para que muriera en lugar de nosotros, pero perfecto —luego divino— para que expiara nuestros pecados y Dios lo resucitara («Yo sé que mi Redentor vive // y al fin se levantará sobre el polvo»); y así después resucitarnos a nosotros en el cuerpo («en mi carne he de ver a Dios», «mis ojos lo verán, y no otro»).

La resurrección es completamente relevante para la historia de la humanidad. Como dijera el historiador Jaroslav Pelikan: «Si Cristo resucitó, nada más importa; y si Cristo no resucitó, nada más importa». Sobre lo segundo, en ausencia de la resurrección, la necesidad y el anhelo de Job —y de todos nosotros— quedarían insatisfechos. Y esto no solo en cuanto a lo individual, sino a lo social. De hecho, John Gray y Tom Holland, reconocidos intelectuales ateos británicos, han defendido que sin el legado del cristianismo nuestra sociedad perdería el sentido y el norte (aquí y aquí). Al fin y al cabo, ¿sobre qué principios edificaríamos una nueva sociedad poscristiana? Y en caso de encontrarlos, ¿en qué los sustentaríamos? Si no existe un Dios más allá de este mundo natural, la idea de bondad se vuelve subjetiva, maleable a nuestro antojo (fueron ateos, como el mismo Nietzsche, como el mismo Huxley, quienes plantearon que si Dios no existía, la moral objetiva tampoco existía). Pero si ese Dios que existe más allá no entra en contacto con nosotros acá, así exista no nos sirve de nada. Por lo tanto Cristo.

La Trinidad en el cristianismo hace posibles las dos cosas, cerrando el círculo de manera perfecta. La trascendencia (necesaria para que Dios sea Dios y nuestros principios morales sean objetivos, entre otras cosas), y la inmanencia (necesaria, entre otras cosas, para nosotros, para que nuestra vida tenga sentido y podamos tocar lo divino) están patentes en ella. El cristianismo genera un marco conceptual tan increíblemente consistente que los demás sistemas palidecen en congruencia y sustento. Por eso también dijera Lewis en la que es quizás su frase más célebre:

Creo en el cristianismo como creo que el sol se ha levantado: no solo porque lo veo, sino porque por él veo todo lo demás.

Gray y Holland consideran al cristianismo un mito necesario, pero uno que no se ha hecho realidad. Entienden su importancia histórica y social y, como Nietzche, no ven con qué más se pueda remplazar. Igualmente Richard Rorty, famoso filósofo ateo del siglo pasado, aunque mucho defendió la democracia, reconoció que no había nada sobre lo cual sustentarla; porque, como reconociera en otro lado, solo la creencia en un Dios trascendente produce verdades objetivas. Pero los Grays, Hollands, Rortys y Nietzches de este mundo fallan en llevar sus ideas hasta sus últimas consecuencias. Se tienen que engañar para seguir viviendo. Son más coherentes los Robin Williams, los Anthony Bourdains y los Aviciis. Pues de nuevo, si Cristo no resucitó, nada importa. Nuestra sociedad occidental se derrumba como un castillo de naipes y nuestra existencia queda sumida en la crisis existencialista que produce náuseas y un constante y válido cuestionamiento de por qué no el suicidio. ¡Cuánto desasosiego en mantener una mentira útil! Si Cristo no resucitó, nada más importa. Pablo lo reconoció también así desde el principio cuando dijo que si Cristo no había resucitado, lo que creíamos los cristianos no nos serviría de nada y solo seríamos dignos de conmiseración. Si Cristo no resucitó, la angustia del corazón de Job no halla reposo y no tiene justificación. Si Cristo no resucitó, su deseo de redención y trascendencia queda eternamente insatisfecho.

Pero si Cristo resucitó, nada más importa. En particular, los sufrimientos de este mundo se vuelven tan solo pasajeros en comparación con la gloriosa eternidad que viene más adelante. Porque «mi corazón [que] desfallece dentro de mí» sabe que hay algo más allá de la muerte física, que la realidad no termina en este sufrimiento terrenal. El amor queda sellado para siempre por un Dios que lo dio todo, hasta su vida, sin importarle que por ello lo despreciaran, para acercarme a Él. La justicia se mantiene viva, porque Él es nuestra justicia ante Dios. Y la poética esperanza de verlo a Él, de entrar en contacto con lo divino, de por fin satisfacer ante una eternidad de plenitud de gozo y delicias junto a Él aquellos anhelos que nada en este mundo podía satisfacer, hace que todo, hasta el peor sufrimiento terrenal, tenga sentido. Entonces puedo amar (es decir, hacer el bien) abnegadamente y lleno de auténtica felicidad, ¡aunque duela!, porque la recompensa que por Cristo viviré allá hace este sufrimiento de acá infinitesimalmente irrelevante.

La resurrección de Cristo, vemos en Job, responde a un anhelo tan antiguo como el hombre mismo. Cristo muerto y resucitado es la respuesta para toda la humanidad. La resurrección de Cristo es la prueba de que este sí fue el mito que se hizo realidad.

Particularismo cristiano

El cristianismo es bien diferente a todas las demás religiones. Esa es quizás la mayor motivación detrás del comentario usual según el cual «el cristianismo no es una religión, sino un estilo de vida». La explicación con que suele continuar la anterior afirmación es que en la religión el hombre busca acercarse a Dios, pero en el cristianismo es Dios mismo quien se acerca al hombre. Y es cierto, así es.

El cristianismo es la religión más patas arriba que existe porque me dice que no tengo que hacer nada, excepto creerle que ya todo lo hizo Él por mí. Todo. Lo único que yo tengo que hacer es creerle y entonces disfrutar lo que Él ya me regaló.

Es mi opinión que, en cuanto a planteamiento, el cristianismo es el único sistema coherente en el mercado de las ideas: si el Sumo Bien existe, ningún ser humano va a ser capaz de alcanzarlo por sí mismo. A pesar de que muchos se engañen, la verdad es que el Sumo Bien está fuera de nuestro alcance humano porque no somos tan buenos; mejor dicho, sin tanno somos buenos.

La gente suele decir que es buena porque no le hace mal a nadie. Aparte de que me resulta muy difícil tragarme ese sapo (no creo que exista alguien que no le haya hecho mal a nadie), la verdad es que, en estricta rigurosidad, la proposición «no le hago mal a nadie, luego soy bueno» no se sigue. De no hacer el mal lo único que podría deducirse —¡y eso asumiendo cierto pragmatismo moral!— es que uno no es malo; no que es bueno. Así que no solo es una afirmación de dudosa rigurosidad conceptual, sino imposible de creer en la práctica.

La realidad es que no somos buenos y, como no lo somos, pues no podemos alcanzar el Sumo Bien por nuestra propia cuenta. ¡Estamos tan separados del Sumo Bien como cualquier número lo está del infinito! (El infinito, por cierto, no es un número). Esto nos deja en un dilema terrible, porque si el sumo bien existe, por supuesto que querríamos y deberíamos estar allí, pero no tenemos cómo alcanzarlo. C. S. Lewis lo pone en estos términos en Mero cristianismo:

Este es el terrible dilema en el que nos hallamos. Si el universo no está gobernado por una bondad absoluta todos nuestros esfuerzos, a la larga, son inútiles. Pero si lo está, entonces nos estamos enemistando todos los días con esa bondad, y no es nada probable que mañana lo hagamos mejor, de modo que, nuevamente, nuestro caso es desesperado. No podemos estar sin ella ni podemos estar con ella.

He ahí la falla de todas las religiones: no se trata de hacer y hacer cosas para ver si al final en promedio soy mejor que peor, porque el promedio es por definición mediocre. Y mediocre en términos de moral es realmente malo (piense qué pasaría si en su próxima entrevista de trabajo usted tuviera la franqueza de decir: «Me considero moralmente mediocre»). En términos de moral, todo lo que caiga por debajo del perfecto estándar de bondad, por definición, no es bueno. La calificación definitiva en moral viene dada en dos posibilidades: o todo lo hago perfecto y mi calificación definitiva es 100, u obtengo un redondo y regordete 0 si en alguna cosa, por pequeña que fuera, me equivoqué. Porque si falto a un punto de la ley moral, ya falté a toda la ley. Seamos honestos, nuestra conciencia lo sabe, nuestra almohada y nuestro pasado atestiguan contra nosotros. Así las cosas, no importa qué hagamos, nunca vamos a dar la talla. Infinito menos cualquier número es infinito. La religión es un fracaso desde su concepción.

Sobre la particularidad del cristianismo

Cristo, por el contrario, plantea que solo por medio de Él es posible alcanzar el cielo, que Él es la verdad y la fuente de vida. Por eso nos tachan a los cristianos de discriminadores. ¡Cómo así que solo hay un camino! ¡Cómo así que solo hay una verdad! ¡Cómo así que solo Él es vida! ¡Es el colmo!

Pero esta objeción es problemática al menos en un par niveles: Primero, toda afirmación de verdad es, por definición excluyente:  2 + 2 = 4 excluye todas las demás posibilidades, que son infinitas no contables; ese solo hecho produce que todo el que diga cualquier otra cosa diferente a 2 + 2 = 4 está equivocado. Yo no discrimino; más bien, el error excluye de la verdad. Segundo, bajo el mismo criterio, quien afirme que todas las opciones son verdaderas, termina discriminando a quien piense que no todas lo son, con lo cual la crítica se cae por reducción al absurdo.

Las religiones, los sistemas filosóficos y las cosmovisiones suelen afirmar proposiciones enfrentadas, de manera que terminan excluyendo casi todas las demás posibilidades. Por ejemplo, el budismo surge en completa oposición al hinduísmo, luego las dos se contradicen (motivo de cruentas guerras por muchos siglos); el judaísmo dice que solo la práctica de sus incumplibles e insufribles leyes da vida (Lv. 18:5; como también lo reconoce Pablo en Ro. 10:4-5 y Gá. 3:12, y el mismísimo profeta Ezequiel en el Antiguo Testamento: Ez. 20:25) y basa su justicia en la herencia de sangre, con lo cual excluye a todo el que no es judío; el islamismo llama a la muerte de todos los infieles que no practiquen el islam; el politeísmo excluye al monoteísmo y viceversa; el neoateísmo es soberbio, grotesco y discrimina a todo el que sea teísta, en particular al cristianismo, al cual ataca con saña; las religiones politeístas, con sus dioses inmanentes, excluyen las monoteístas, cuyas divinidades son trascendentes; el hedonismo y el estoicismo se oponen entre sí. Y para terminar, la posición que afirma que todas las opciones existentes están erradas es en sí misma una cosmovisión que se presenta en franca contención con… todas las demás opciones existentes.   

Está en la naturaleza de toda afirmación —religiosa o no— excluir cosas, si es que con ella realmente se está informando algo. De hecho, en la construcción matemática de la teoría de información un evento informa más que otro en tanto excluya más posibilidades (entre más improbable un evento, mucho más informa, y viceversa). De otra parte, la palabra intelecto proviene de las dos raíces latinas inter y legos; es decir, escoger entre [opciones]. Es apenas natural que uno espere que una persona inteligente informe, que cuando diga algo deseche opciones. Más aún, aquella raíz latina legos proviene a su vez de una raíz indoeuropea de la cual también se deriva la palabra griega logos, que significa conocimiento o saber. Al final de cuentas, es imposible construir conocimiento, saber e instruir, sin excluir opciones.

Resulta entonces insostenible que una proposición cualquiera sea falsa solo porque excluya otras proposiciones. Las ideas se sostienen o se caen por el peso de sus ideas; por lo que excluyan, no porque excluyan. En particular, es insostenible que el cristianismo sea falso porque afirme que solo hay un camino al Sumo Bien: que Dios se acerque a nosotros, porque nosotros no podemos acercarnos a Él. Más bien, parece bastante obvia la carencia de las demás religiones cuando afirman que estamos en capacidad de alcanzar la excelencia moral por nuestra propia cuenta, porque un análisis de muy pocos segundos de nuestro pasado nos revelará a cada uno que hace tiempos nos quedamos cortos de ese estándar.

La verdad del cristianismo

Ahora, la falsedad de las otras religiones no hace verdadero al cristianismo porque se oponga a ellas, pero sí hace su mensaje internamente consistente. Necesitamos la ayuda de Dios para alcanzar a Dios. Necesitamos que quien satisfaga el estándar sirva de puente entre la tierra y el cielo, entre los humanos y Dios. Pero por definición quien satisfaga el estándar de perfección moral, quien alcance el Sumo Bien, tiene que ser Dios mismo. ¡Esa exactamente era la afirmación de Cristo sobre sí mismo!

La realidad es que el único castigo justo por mi incompetencia moral (es decir, mi pecado) es la muerte: si Dios es por definición Vida y Sumo Bien, pues no alcanzar el Sumo Bien significa no alcanzar la Vida. O sea, mi incompetencia moral significa la muerte; la paga del pecado es muerte. Sin muerte, no se sirve la justicia. Si no se sirve la justicia, Dios sería injusto, luego no sería Dios. Por eso no se equivocaban las religiones antiguas al ofrecer sacrificios (o algo o alguien pagaba por ellos o pagaban ellos). Se equivocaban en lo que sacrificaban —por naturaleza imperfecto—, mas no en sacrificar. Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados. Si no he de pagar yo, alguien como yo pero sin mis errores tiene que pagar. Por lo tanto, el único sacrificio válido por mi pecado debe ser humano como yo, pero perfecto y por ende también divino.

Ese es Cristo. ¿Cómo lo probó? Con su resurrección. Su resurrección no es solo un milagro físico con amplia documentación histórica (tema sobre el cual se puede decir mucho, pero no es el objeto de este escrito), sino la demostración de que Dios Padre aceptó el sacrificio: fue perfecto y por lo tanto, en cuanto humano, no merecía quedarse muerto; y en cuanto divino, no podía quedarse muerto. por lo cual el Espíritu Santo lo resucitó. La Trinidad completa obra en toda su capacidad en el momento cumbre de la historia: la Segunda Persona encarnada se ofreció en sacrificio por los pecados de los humanos y la Primera Persona aceptó el sacrificio, por lo cual la Tercera Persona la resucitó.  

El cristianismo parece entonces una locura, debemos conceder eso. Pero que parezca locura no lo hace falso y menos inconsistente. La verdad es que la única opción de subir al cielo es es que el cielo baje primero a la tierra y nos suba con él. Por lo tanto, si el cristianismo no es cierto, solo queda desesperanza. Al fin y al cabo, ya sabemos que las otras religiones son falsas. De modo que si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe.

Pero si Cristo resucitó, significa que Él es quien dijo ser y que sus palabras son verdaderas. La esperanza de la humanidad pende de una cruz y una tumba vacía (una introducción a la evidencia histórica de la resurrección de Cristo puede encontrarse acá). Él pagó por mis pecados para que yo tenga acceso al Sumo Bien, a la Vida, a la presencia de Dios. Lo único que tengo que hacer para estar en comunión con Él es aceptar el regalo que me hizo. Mi parte es pasiva: aceptar su regalo. Tengo comunión con Dios por lo que Cristo hizo por mí, no por nada que yo haya hecho o llegue a hacer. 

 

 

Yahvé

Él es.

Él era en el principio y antes del principio, Él sigue siendo en el presente y Él será en el futuro. Todo lo demás ha llegado a ser, mas Él es; cuando todas las cosas dejen de ser, Él seguirá siendo. Antes de que existieran el cielo, el mar y las estrellas, Él ya era. Él es quien llama a cada estrella por su nombre porque fue Él quien les dio nombre, a todas las conoce. No obstante, cuando el cielo, el mar y las estrellas dejen de ser, Él seguirá siendo.

Él es quien tiene poder para suspender la luna y el sol en el firmamento; Él es quien habla al viento y al mar y le obedecen. Él calma los mares, Él separa los mares. Los días y las noches se sujetan a Él. La naturaleza se hinca sometida, dócil, domesticada, a Él. Porque Él es quien hizo la naturaleza.

El universo explotó a su nacimiento y Él ya era. Él es la causa de todo, Él es el sustento de todo; en Él vivimos, somos y nos movemos. Nosotros llegamos a ser por Él, somos en Él, pero Él es en Él. Él es la causa suficiente y necesaria de mi existencia, mas Él es la causa suficiente y necesaria de su propia existencia, porque no necesita nada externo para ser. Él es su propio sustento.

Él es.

Él es Dios porque es. Todos los demás dioses son creados por la imaginación, pero Él es el Dios que crea la imaginación. Los demás dioses salieron de la creación, pedazos de madera labrada, metal fundido, carne que se pudre y hiede; pero Él es el Creador.

Él es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Porque cuando Abraham, Isaac y Jacob fueron, Él ya era. Él es quien sujeta el tiempo en su mano y lo arquea como alfarero, porque Él es Señor del tiempo, Él es más allá del tiempo, Él creó el tiempo. Él creó la materia. Él creó la energía. Él es la información, porque Él es el Logos, Él es el Verbo, Él es la Palabra.

Él es el Logos, Él es quien da sentido a todas las cosas, pues todas existen para darle gloria porque Él es. Él es quien da sentido a la existencia. Por eso negar que Él es hace de la vida una náusea: sin Él nada tiene sentido; con Él, todo lo tiene. Todo razonamiento hubiera sido imposible sin Él, porque Él es la Razón, Él es el Logos.

Él es la Palabra, lo que Él habla es verdad. Él no es hombre para que mienta ni hijo de hombre para que se arrepienta. Todo lo que sea verdadero proviene de Él. Él es la verdad.

Él es el Verbo porque sus palabras siempre se convierten en acciones; lo que Él dice, así es. Su sí es sí y su no es no. Sus palabras son y son amén. Él habló y todo fue creado. Él le dice al cojo que camine y el cojo camina, Él le dice al ciego que vea y el ciego ve, Él le dice al sordo que oiga y el sordo oye.

Él dice que me perdona los pecados y quedo limpio, sin mancha; no me imagino que quedó limpio y sin mancha, sino que quedo limpio y sin mancha porque Él es la Palabra, Él lo dice, y lo que Él dice así es. Solo Él es quien tiene poder para perdonar pecados. Yo no puedo perdonar pecados, tan solo puedo no usarlos en contra de quienes me han ofendido. Pero Él es quien tiene poder para perdonarlos, Él los desaparece arrojándolos al fondo del mar, alejándolos tanto de sí como lejos está el oriente del occidente porque Él es.

Él es.

Él es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Es la causa de todo. Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que existe llegó a existir. Él es el final de todas las cosas, el telos al cual caminamos todos. La causa primera y el fin último. Todo es de Él, todo existe por Él y todo existe para Él.

Él es el Camino por el que transitamos; si nos desviamos a izquierda o a derecha, percibiremos su voz diciendo: «este es el camino, síguelo». Él es el pan que bajó del cielo, el pan que como y no se agota, y sacia mi hambre. Él es el agua de la cual bebo y nunca vuelvo a tener sed, el agua que no me hace desear otras aguas, el agua que salta en mi interior como una fuente para vida eterna.

Él es la resurrección. Él es quien resucitó, Él es las primicias de la resurrección. Él es quien levanta a los muertos. Él es quien dice «Lázaro, sal fuera» y Lázaro sale fuera cubierto en vendas. Él es quien dice talita cumi y la niña otrora muerta se yergue sobre su cama. Él es quien da vida a todo lo que estaba muerto. Él es quien resucita sueños, quien renueva sueños, regalando cosas que ojos no han visto, que oídos no han oído, cosas tan buenas que a nuestro corazón ni siquiera se le había ocurrido pedirlas.

Él es la luz, Él desaparece las tinieblas, En Él vemos. Él es quien desapareció mi miedo a la noche, porque Él es quien todo lo ilumina. Él es el buen pastor que da su vida por sus ovejas, para que ellas tengan vida abundante y nadie, ¡nadie!, ¡nadie!, las arrebate nunca de la palma de su mano, nadie nos arrebate nunca de la palma de su mano. ¡Él es quien tiene tatuado mi nombre en su mano! Él es la puerta de entrada al cielo, la puerta que me da vida eterna, la puerta que no se cierra y me permite entrar y salir con libertad. Él es la vid, yo soy la rama; en Él doy fruto, separado de Él nada puedo hacer.

Él es quien todo lo puede, nada hay imposible para Él; Él es Aquel en quien todo lo puedo. Él es quien nunca me desampara porque siempre está presente, Él siempre está. Él es quien todo lo sabe, nada le es oculto. Ni la más densa oscuridad de un hoyo negro escapa a su mirada; tampoco se esconden de Él mis más profundos pensamientos, angustias, emociones o pecados. Él es quien me examina y conoce mis pensamientos; la palabra no ha llegado a mi boca y Él ya la conoce. Nada le puedo esconder porque todo de mí Él ya lo sabía desde antes de la creación.

Él es Santo, Santo, Santo. Trascendente por naturaleza e inmanente por amor, porque Él es amor. Él es quien por amor murió y resucitó. Él es quien por ello no se acuerda más de mis pecados. Él es Aquel que la muerte no pudo detener porque es Dios incluso sobre la muerte. La muerte se inclina sometida ante Él y lo llama Señor. Él es el Dios ante el cual toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que es Señor de señores, Rey de reyes. Toda rodilla, toda lengua; todas en la tierra, todas sobre la tierra y todas debajo de la tierra. Porque Él es el único digno, Él es el único y sabio Dios, Él es Fiel y Él es Verdadero.

Él es único, no hay otro como Él. Él es la vida, Él es mi vida. Él es Dios, Él es mi Dios.

יהוה

Teología abierta: Análisis exegético

Ha venido tomando creciente fuerza en ciertos círculos protestantes, principalmente angloparlantes, una interpretación sobre la soberanía de Dios y el libre albedrío del hombre conocida como teología abierta. En palabras breves, la teología abierta afirma que Dios no conoce el futuro con exactitud, luego el futuro está abierto para Él (de aquí se deriva su nombre).

Según los teólogos abiertos, la ignorancia de Dios con respecto al futuro no menoscaba su omnisciencia porque, dicen ellos, el futuro no existe. Así, si el futuro no existe, no hay nada que Dios desconozca, de modo que su omnisciencia no se ve comprometida. No obstante, ha de aclararse que para el teólogo abierto los eventos futuros que Dios no conoce son los relativos a las acciones humanas —y posiblemente las angélicas—, mas sí conoce los eventos futuros que solo dependen de la naturaleza, como el momento y ubicación del siguiente terremoto, digamos.

Dice el teólogo abierto que Dios conoce todas las posibles opciones que tiene la persona a disposición en cada momento, pero no la decisión particular que va a tomar. Es decir, Dios tiene un gran árbol de decisión que se va actualizando a medida que avanza el tiempo y los humanos escogen una de las opciones particulares que Dios conoce. En otras palabras, antes de que una persona actúe, Dios conoce las acciones que podría hacer pero no la particular que hará. Solo cuando el futuro se vuelve presente termina Dios sabiendo a ciencia cierta qué decidieron los humanos. No antes.

El teísmo abierto es en su fundamento una reacción al calvinismo. El dios del calvinismo determina de antemano todo lo que existe —quiénes serán condenados eternamente inclusive—, por lo tanto es también la causa directa de todo el mal y el sufrimiento en el mundo. Tal concepción deja en jaque al Dios de la Biblia, que es bueno y amor, y el teólogo abierto así lo reconoce correctamente. La gran motivación del teólogo abierto es entonces quitarle a Dios la carga que el calvinismo le impondría: ser la causa directa del mal y el sufrimiento en el mundo. La dificultad está en que intercambia un problema por otro: para corregir al dios malvado del calvinismo, termina estableciendo uno ignaro. De este modo, mientras que el calvinismo atenta contra la bondad y el amor de Dios, el teísmo abierto lo hace contra su omnisciencia. Paradójicamente, esta situación indicaría que en el fondo el teísta abierto es un calvinista frustrado, porque si mantuviera la presciencia divina como se ha entendido tradicionalmente, no encontraría él otra salida que el determinismo de las acciones humanas. Gregory Boyd —el más conocido defensor del teísmo abierto hoy día— es explícito en esto, pues en su respuesta al calvinista John Piper dice: «John [Piper] y yo estamos de acuerdo en que si Dios conoce algo de antemano, ese algo debe estar predeterminado».1

ANÁLISIS EXEGÉTICO

El problema con afirmar que el Dios de la Biblia no conoce las acciones futuras de los hombres es que niega todo el espíritu de la revelación en los dos Testamentos. Nunca ha sido claro de los teólogos abiertos cómo prescinden de la profecía, que se extiende desde los primeros capítulos del Génesis en el llamado protoevangelio (Gn. 3:15) hasta el final del Apocalipsis (Ap. 22). De hecho, durante prácticamente todo el libro de Isaías, Dios está forzando una comparación que tiene por un lado a los falsos dioses y sus profetas que vaticinaban mentiras, y por el otro, al Dios de la Biblia y sus oráculos que sí se cumplían (p. ej., 41:21-29; 43:9; 44:6-8, 25-28; 45:21; 48:1-6; etc., etc.).

Isaías 44 es particularmente notorio: Isaías llama por el nombre a Ciro, el rey persa que ordenaría dos siglos —y dos imperios— después la reconstrucción de Jerusalén y del templo. Si el teísmo abierto es cierto, ¿cómo sabía Dios qué acciones iba a tomar el rey Ciro 200 años después? Más aún, ¿cómo sabía qué nombre iba a recibir? De manera sorpresiva, Michael Saia, teólogo abierto, cita otros casos similares con Isaac, Ismael y el mismo Jesús, cuyos nombres dependieron de la elección de sus padres, pero fueron predichos en profecía.2

Increíblemente, la respuesta de Saia en este punto es que Dios puede hacer que las personas actúen de acuerdo con sus propósitos.2 Saia está de acuerdo con Boyd  en que aunque Dios predetermina algunas cosas, no lo hace con todas.3 Pasajes como la predicción de Cristo de la negación de Pedro (Mt. 26:33-36) fuerzan la capitulación del teólogo abierto de la creencia en que todas las acciones de los hombres están abiertas para Dios, obligándolos a aceptar que solo algunas acciones humanas están abiertas para Él. Pero esta capitulación tiene más de claudicación que de paradoja, pues ¿por qué no determina Dios todas las decisiones humanas de manera que evite el mal? Al fin y al cabo, contrarrestar el problema del mal es la mayor motivación del teólogo abierto.

Aludiendo al pasaje de la predicción de la negación de Pedro, Boyd ha intentado explicarlo más recientemente con base en Hebreos 3:13-15, diciendo que nuestras acciones pasadas terminan condicionando las futuras; es decir, hay una solidificación del carácter. Así las cosas, Jesús pudo conocer en la última cena el comportamiento de Pedro porque sus acciones previas (las de Pedro) lo llevarían a negar a Cristo, y Él, que era muy inteligente, se habría dado cuenta de ello por lo cual conoció de antemano que el pescador lo negaría.4 Cuán problemático resulta este razonamiento es evidente una vez se piensa con calma en la propuesta; algunos puntos vienen con prontitud a la mente:

  1. Reduce la profecía a una simple deducción lógica.
  2. La explicación es ad hoc; parece un intento desesperado —aunque tal vez inconsciente—de encajar el zapato derecho del teísmo abierto en el pie izquierdo de la predicción de Cristo. Al fin y al cabo, ni siquiera suponiendo que el teísmo abierto fuera cierto parecería claro que Pedro se encontrara en tal punto de endurecimiento.
  3. La exégesis es débil y difícil de soportar: muchos pecados que cometemos no son por el endurecimiento gradual, por la cauterización de la conciencia (1 Ti. 4:1-3), sino por la tendencia de nuestra carne (p.ej., en los primeros pecados de los niños) o el engaño de Satanás (p. ej., en la caída del hombre en el huerto del Edén en Gn. 3, o en el engaño de Ananías y Safira en Hch. 5:1-4). Me resulta muy difícil aceptar que el Pablo de Romanos 7 pecara por haberse permitido endurecerse de forma tal que al final no le quedaran opciones. El punto es que la Biblia muestra que no solo pecamos por endurecimiento del corazón, de manera que concluir que Pedro pecara por «solidificación del carácter» es ex profeso. Una explicación más simple es que Pedro pecó por vil cobardía.
  4. Estaría diciendo que aunque Dios no puede determinar el futuro, los hombres sí pueden.
  5. La cita de Hebreos sí alude a un endurecimiento que en otros pasajes es claro, pero tiene más que ver con el rechazo de la salvación que con la comisión de pecados en la persona salva.

 

La enfermedad de Ezequías y el arrepentimiento de los ninivitas

Algunos segmentos bíblicos en los que Dios parece cambiar de opinión después de que los humanos actúan de cierta forma son la principal fuente escritural que esgrimen los defensores de esta postura. Quizás los pasajes favoritos del teólogo abierto son el arrepentimiento de los ninivitas que evitó su destrucción cuando Jonás les predicó, y la enfermedad y curación de Ezequías. 

Los dos relatos apuntan a un problema de fondo del calvinismo (y ya dijimos que el teísta abierto es un calvinista frustrado): parece que Dios cambiara de opinión, particularmente cuando lo buscamos en arrepentimiento. La verdad, la mejor interpretación se daría bajo la lupa del molinismo que, a través del conocimiento medio de Dios, reconcilia el libre albedrío del hombre con la soberanía divina, sin negar la primacía de esta, respetando a su vez la integridad del texto bíblico que el calvinismo y la teología abierta desechan. Pero como esta no es una entrada sobre las muchas virtudes del molinismo, sino sobre el teísmo abierto y sus múltiples falencias, el molinismo tendrá que esperar su propio escrito futuro. De modo que resumiré las dos historias, aunque me centraré en la de Ezequías, porque el mismo análisis se extiende sin complicaciones a la de Jonás y Nínive.

En la primera, Jonás relata que Dios lo llamó a Nínive para predicar la destrucción de la ciudad, el profeta hizo caso con renuencia, fue y anunció la destrucción, pero los ninivitas lo oyeron y se arrepintieron, por lo cual Dios «cambió de parecer, y no llevó a cabo la destrucción que les había anunciado» (Jon. 3).

En la segunda, una de las más documentadas del Antiguo Testamento (2 R. 20:1-11, 2 Cr. 32:24, Is. 38), se nos narra que el buen rey Ezequías en algún momento cayó enfermo; entonces el profeta Isaías recibió palabra de Dios para decirle: «Morirás, y no vivirás», en contundente conjugación del indicativo futuro simple, que no dejaba espacio a que Dios estuviera «cañando». Isaías se retiró de la presencia de Ezequías y este inmediatamente se volcó al Señor en clamor por su sanidad y su vida. Así, antes de que Isaías hubiera salido del palacio, recibió la orden divina de volver a la presencia del rey y decirle que Dios lo había oído, sería sanado y viviría quince años más.

El teólogo abierto hace suyas aquí de las dificultades interpretativas que estos textos plantearían al calvinista, pues si todo está determinado, ¿cómo es que Dios afirma una cosa y la cambia después? Por esta razón argumenta que la única explicación para la contundencia de la declaración del profeta Isaías es que Dios no conociera la acción futura de Ezequías. Así, al final de cuentas, cuando el rey oró, Dios conoció su curso de acción (el del hombre) y actuó acorde con el nuevo conocimiento adquirido.

Pero esta interpretación es problemática. Salta a la vista una literalidad excesiva en la exégesis que no se compadece con el trasfondo del texto. Tomar las cosas con tan desproporcionada literalidad termina convirtiendo a Dios no solo en un ignaro, sino en un mentiroso. Porque, si vamos a juzgar por el uso literal de los tiempos verbales, Dios ha debido decir que Ezequías moriría, en indicativo condicional, en lugar de haber usado el indicativo futuro, que además de enfático estaría injustificado, puesto que Dios no conocía el futuro.

Dice John Lennox que en el afán de tratar la Biblia como más que un libro, no podemos terminar tratándola como menos que un libro.5 Y lo dice porque nadie que escriba narrativa lo hace en términos exclusivamente literales, de modo que exigir a la Biblia que todo su contenido deba entenderse tan solo en lenguaje literal termina despojándola de su riqueza literaria, haciéndola una lectura pobre y sosa, y menguando el alcance de su significado. Un análisis objetivo del relato de Ezequías hace obvio que los escritores no buscaban menoscabar la omnisciencia de Dios, sino exaltar su bondad y poder al sanar a un rey que, sin importarle su alcurnia, se humilló delante de Uno más grande que él. Y estas cosas han de ser obvias aun para el incrédulo que se acerque desapasionadamente al texto; tal incrédulo seguramente encontrará motivos para no estar de acuerdo con la historia, tal vez por ella termine incluso atacando la bondad de Dios, pero seguramente entenderá que no es la intención del texto acotar la presciencia divina.

El profeta Ezequiel sugiere una interpretación mejor, describiendo con menudo detalle cómo Dios mudaría sus tajantes aseveraciones, según el comportamiento humano:

«Tú, hijo de hombre, diles a los hijos de tu pueblo: “Al justo no lo salvará su propia justicia si comete algún pecado; y la maldad del impío no le será motivo de tropiezo si se convierte. Si el justo peca, no se podrá salvar por su justicia anterior. Si yo le digo al justo: ‘¡Vivirás!’, pero él se atiene a su propia justicia y hace lo malo, no se le tomará en cuenta su justicia, sino que morirá por la maldad que cometió. En cambio, si le digo al malvado: ‘¡Morirás!’, pero luego él se convierte de su pecado y actúa con justicia y rectitud, y devuelve lo que tomó en prenda y restituye lo que robó, y obedece los preceptos de vida, sin cometer ninguna iniquidad, ciertamente vivirá y no morirá. No se le tomará en cuenta ninguno de los pecados que antes cometió, sino que vivirá por haber actuado con justicia y rectitud”» (Ez. 33:12-16).

No obstante, un versículo antes dice: 

«Diles: “Tan cierto como que yo vivo —afirma el Señor omnipotente—, que no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva. ¡Conviértete, pueblo de Israel; conviértete de tu conducta perversa! ¿Por qué habrás de morir?”» (33:11).

Ni en el relato de Jonás y los ninivitas ni en el relato de la enfermedad y curación de Ezequías hay siquiera la más leve insinuación a que Dios cambie de parecer porque no sepa cuáles serían las decisiones futuras de los hombres. Más bien, en aquellos textos queda implícitamente claro que son el amor y la bondad de Dios los que lo mueven a perdonar al pecador arrepentido. La implicación (lo implícito) de estas dos historias se vuelve manifiesta explicación (lo explícito) en boca de Ezequiel, como lo revela la última cita: a Dios le alegra que el pecador en su libre albedrío se convierta de su pecado y viva.

El teólogo abierto falta a los más elementales criterios de hermenéutica bíblica: (1) que la Escritura es su propio intérprete, y (2) que un texto sacado de contexto es un pretexto. Nada en la Biblia, excepto una terrible descontextualización, sugiere que Dios  no conozca el futuro, y sus cambios de parecer tienen más de inmenso derroche de misericordia que de incapacidad para conocer lo porvenir.

 

BIBLIOGRAFÍA

  1. Boyd, G. 1998. A Response to John Piper, página visitada el 24 de noviembre de 2017.
  2. Saia, M. 2014. Does God Know the Future? Second Edition. Xulon Press, loc. 2706.
  3. Ibid, loc. 2705.
  4. Boyd G. God Limits His Control. En Jowers D. Four Views on Divine Providence. Zondervan, loc. 3706
  5. Lennox, J. 2011. Seven Days that Divide the World. Zondervan, p. 26.