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Nuestra única fidelidad es con Cristo

La mayoría de los que se hacen llamar cristianos en realidad no lo son. Las iglesias están llenas de gente que va regularmente pero que no conoce a Cristo y, por ende, tampoco al Padre. No me sorprende mucho. Jesús dijo que muchos serían los llamados y pocos los escogidos. Y cuando le preguntaron si pocos se salvarían, respondió: «Esfuércense por entrar por la puerta estrecha, porque muchos tratarán de entrar y no podrán». Mi único propósito en la vida con tu crianza, hijo, es guiarte para que tú también pases por la puerta estrecha.

El ambiente cristiano, muy de la mano con la cultura superficial en la que está inmerso, ha hecho de la frase «creer en Jesús» algo etéreo y recóndito en el alma y que tal vez pertenezca al mundo platónico de las ideas (cuya existencia es bastante cuestionable). El problema radica en la preposición en, así que hay una receta sencilla para que no te dejes llevar por tanta superficialidad: cambia en por a. «Creer en Jesús» no es otra cosa que «creerle a Jesús». Toma sus palabras a pie juntillas. No interpretes a Jesús a través de Pablo, George Müller o papá. Interpreta a Jesús por sus palabras y su vida. Míralo a Él directamente. Y después, a través del prisma de Jesús, interpreta a papá, a George Müller o a Pablo.

Esta enseñanza, que te repetiré una y otra vez, tiene diferentes aplicaciones en diferentes momentos. La de este instante involucra a Ron DeSantis, gobernador de Florida, que ha decretado que quienes de alguna forma ayuden a inmigrantes indocumentados, sea para darles trabajo o para llevarlos en carro, pagarán con cárcel. DeSantis dice ser cristiano (católico), pero no lo es. Su dios, como el de casi todos los conservadores de este país, es su ideología política. Pero Cristo dice lo siguiente con toda claridad:

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, con todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará a unos de otros, como separa el pastor las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda.

»Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron”. Y le contestarán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?” El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí”.

»Luego dirá a los que estén a su izquierda: “Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y ustedes no me dieron nada de comer; tuve sed, y no me dieron nada de beber; fui forastero, y no me dieron alojamiento; necesité ropa, y no me vistieron; estuve enfermo y en la cárcel, y no me atendieron”. Ellos también le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, o como forastero, o necesitado de ropa, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos?” Él les responderá: “Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí”.

»Aquellos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna».

No hay lugar a interpretaciones difusas. Quienes dicen creer en Jesús pero no hacen lo que Jesús manda terminarán en el infierno. Más claramente, quienes no ayudaron, entre otros, al forastero (al inmigrante) recibirán tal castigo.

Pero para los que amamos a Jesús y nos esforzamos por amar al prójimo como Él nos amó, no hay la opción de no ayudar al inmigrante, con o sin documentos; al que está en la cárcel, inocente o culpable; al que tiene hambre, sed o frío; o mejor dicho, a quien nos necesite, en toda la medida de nuestras posibilidades, como el buen samaritano (extranjero odiado) con el judío moribundo de la historia. Si por ello hemos de pagar con cárcel, ¡bendito sea el Señor que nos permite sufrir por causa de su nombre! Nuestra medida, hijo, es el Señor Jesucristo. A Él debemos toda nuestra fidelidad. En nuestra familia, ayudaremos a todo el que lo necesite: liberales, conservadores, inmigrantes con o sin documentos, libres o encarcelados. Si algún día podemos ayudar a Ron DeSantis, le ayudaremos; y si algún día podemos ayudar a Joe Biden, también lo haremos. Porque en nuestra casa vamos a dar la gracia que de Él hemos recibido.

Los tiempos cambian y es imposible saber cómo pensará la gente cuando comprendas esto. Pero a hoy, mayo de 2023, en esta cultura estadounidense, los «creyentes» conservadores creían que, de haber persecución, vendría de los demócratas/liberales (una perspectiva que no es tan descabellada, la verdad). Lo que pocos esperaban era que la persecución les llegara por los republicanos/conservadores, que se juraban adalides de las libertades para el cristiano. A mí poco me sorprende; al fin y al cabo Cristo murió por la mano de paganos hedonistas y de religiosos conservadores. Ya lo ves.

Coletazos

Hace un tiempo me decía mi amiga Sophie Perrault —uno de esos escasos ejemplos de mujer virtuosa— que no podemos pasar por alto el efecto dominó de las cosas que hacemos para Dios. Solo vemos lo que hacemos directamente, pero las consecuencias indirectas son de largo alcance en el tiempo y el espacio, eternas. Sembramos semillitas de mostaza en esta tierra, pero un día vamos a llegar al cielo y obtendremos coronas por cosas que pasaron incluso siglos adelante o en lejanas tierras. ¡Cuánta sabiduría en las palabras de Sophie y cuánta bondad de Dios!

Recordé un ejemplo gigante en la historia política que puede ilustrar la idea.

John Adams siempre estuvo en contra de la esclavitud. El asunto dividió tanto el Congreso Continental de las 13 colonias que por ello casi no logran ponerse de acuerdo sobre la independencia de Estados Unidos. Adams fue abolicionista, nunca poseyó esclavos (a diferencia de Jefferson, por ejemplo) e incluso cuando representaba los intereses de Estados Unidos en Europa, dejó su hacienda en las afueras de Boston a cargo de una familia negra cercana. ¡En esa época! John Adams, artífice de la independencia de Estados Unidos y el segundo presidente del país, enseñó esos principios a su hijo John Quincy Adams.

John Quincy Adams, fiel a las enseñanzas de su padre e influenciado también por William Wilberforce en Inglaterra, se opuso toda su vida a la esclavitud y su mayor sueño político era alcanzar la abolición, aunque no lo logró. Quizás su evento más conocido en la cultura popular, retratado en una película de Steven Spielberg, fue haber defendido con éxito ante la Corte Suprema a ciertos esclavos negros traídos de Sierra Leona en un navío español llamado Amistad para evitar que fueran condenados por haber promovido una insurrección en la cual murió el capitán del barco. Después de haber servido como presidente, siguió impulsando su causa desde el Congreso. Su fervor por el abolicionismo afectó grandemente a un joven político cuyo nombre era Abraham Lincoln.

Es decir, la abolición de la esclavitud en Estados Unidos liderada por Lincoln estuvo fuertemente influenciada por el mismísimo padre fundador John Adams desde casi cien años antes, así como por las ideas y acciones de William Wilberforce.

En estos días me enteré de que en un seminario de Costa Rica usan unos videos de mis charlas de apologética que alguna vez compartí en Facebook. Me sorprende cuánto nos usa Dios a pesar de ser tan poco dignos (2 Co. 4:7).

Necesito creer que las cosas que hago van a hacer una diferencia. Justo en este momento necesito creerlo. John Adams y William Wilberforce son nombres que me trascienden casi infinitamente; no me atrevo a compararme con ellos. Pero me aferro a las sabias palabras de mi amiga Sophie. Yo no puedo ver a largo plazo, a duras penas consigo ver lo que tengo al frente. No obstante,  a mi buen Dios no le son ocultos los coletazos de mis acciones para Él (¡ni mi amor por Él!) y, Justo como es, no las va a dejar sin premio eterno.

Sobre democracia, cristianismo y voto

Debido a que ya parece ser un hecho que los candidatos a la presidencia de Estados Unidos serán Donald Trump y Hillary Clinton, reencauché una entrada no tan vieja en la cual explicaba por qué el voto utilitarista es una muy mala idea desde la perspectiva ética, tomando el caso de las últimas elecciones presidenciales en Colombia en las cuales las únicas dos opciones disponibles eran pésimas. Esta entrada continúa la idea y defiende la idea del voto en blanco o el no voto en ciertos casos.

Hay una razón por la cual el voto no es obligatorio en la mayoría de países del mundo (excepto doce, Corea del Norte inclusive): la obligación política a la libertad política es una obvia contradicción. Más bien, como con todos los otros derechos, el voto ha de ejercerse responsablemente. Ello implica que cualquier decisión que se tome al respecto debe ponderarse cuidadosamente pues, paradójicamente, son los derechos los que necesitan responsabilidad en su ejercicio, no los deberes.

Supongamos que existe un país llamado Rusimania donde las únicas dos opciones de voto son Hitler y Stalin y ninguno de los dos oculta en época electoral sus intenciones de ser como fueron en la historia. Me parece que elegir a cualquiera de los dos porque el ciudadano tiene el supuesto deber social de hacerlo es validar sus ideas y sus actos. Entendiendo que en un caso como este la persona responsable no debería votar por ninguno, la pregunta interesante es ¿dónde pone cada quien el límite?

Ahora, si en las opciones de voto hubiese al menos un candidato que de verdad valiera la pena, sería totalmente irresponsable no votar dado que se esté en capacidad de hacerlo. Pero no fue tal el caso de las últimas elecciones en Colombia y no lo es en las actuales de Estados Unidos.

Creo que nuestra sociedad tiene idealizada la democracia como el sistema de gobierno óptimo de una sociedad. No obstante, como dijera Churchill, la democracia es solo «el peor sistema de gobierno que conocemos, con la excepción de todos los demás» (los matemáticos dirían que a lo sumo es un máximo local, no global).

Desde una cosmovisión cristiana, el problema de entender la democracia como «la versión laica del protestantismo», en las palabras del ex-presidente colombiano Alfonso López Michelsen (que no era protestante), es que genera en el ciudadano cristiano un sentido de obligación religiosa al voto que no debe existir, independientemente de los candidatos. Nuestra obligación inobjetable es orar por las autoridades y respetarlas, no votar por ellas. El Estado Jireh es el dios de quienes no tienen Dios, dada la obvia ausencia de una entidad superior. Pero los cristianos, aunque entendemos que Dios puede usar a los gobernantes, como en efecto ocurre, tenemos estándares más altos.

Para ver el voto como un deber del creyente, los candidatos también deben comportarse conforme a la ética cristiana. Roto ese eslabón, el ciudadano cristiano se libera de la obligación moral al voto. John Adams dijo lo siguiente durante la fundación de Estados Unidos: «Nuestra Constitución se hizo para un pueblo religioso y moral, pero es totalmente inadecuada para el gobierno de cualquier otro pueblo». La democracia posee la misma característica de la Constitución de Estados Unidos a la cual aludió Adams que, considero, es la principal razón por la cual poco funciona en Oriente Medio y tiende a funcionar mejor en países de tradición judeo-cristiana, principalmente protestantes: la democracia se hizo para un pueblo religioso y moral. Removidas tales características, la democracia pierde  fuerza y en muy poco se diferencia de cualquier otro sistema de gobierno.

La conciencia tranquila y el utilitarismo

En una de las columnas más absurdas que he visto en el último tiempo (no leía algo que me indignara tanta desde cuando José Obdulio defendía las barbaridades del gobierno de Uribe en los periódicos colombianos), Ricardo Silva Romero dice literalmente lo siguiente sobre la segunda vuelta electoral entre Óscar Iván Zuluaga —el candidato de Uribe— y Juan Manuel Santos: «Yo no voto en blanco porque me temo que mi conciencia tranquila no le sirve de nada a la realidad».

Aunque Silva Romero pretende una  apología —¡Malísima! ¡Pésima!— de su voto por Santos en la segunda vuelta, mi intención con esta entrada no es decirle a nadie por quién votar. No me interesa esa discusión (Sin embargo, antes de continuar y para evitar malentendidos, declaro que voy a votar en blanco. Yo no estoy dispuesto a empeñar mi conciencia por un voto y cualquiera de los dos candidatos me produce insatisfacción profunda). Me interesa la evaluación de la frase ya citada de Silva Romero y analizar algunos de los problemas que tiene.

Cuando Silva Romero dice que no vota en blanco porque su conciencia tranquila no le sirve a la realidad, está asumiendo una postura que en el estudio de la moral se conoce como utilitarismo, en la cual lo correcto equivale a lo que es útil, lo que funciona, lo que sirve; y por ende lo incorrecto termina equivaliendo a lo que es inútil, lo que no funciona, lo que no sirve. Tal perspectiva es peligrosísima y dudo que el mismo Silva Romero quiera vivir a la altura del razonamiento que plantea, pues la utilidad —o inutilidad— de las cosas, situaciones o personas, depende del cristal con el que se mire y por tanto es un criterio completamente subjetivo (lo que yo considero útil puede no serlo para usted e incluso puede serle perjudicial), luego relativo.

Por ejemplo, en una flagrante contradicción, critica Silva Romero en esta misma columna a Uribe por poner «en duda las elecciones cuando le conviene»; es decir, cuando a Uribe le es útil. Su acusación es verdadera, pero cabe preguntarse: ¿con qué autoridad moral y lógica, las dos, crítica el columnista al expresidente cuando el primero está defendiendo precisamente esa posición de lo que no le sirve a su realidad? La verdad es que cuando Silva Romero decidió que lo correcto era lo que servía (y lo incorrecto,  lo que no servía, como el voto en blanco, según él) terminó validando completamente a Uribe, al uribismo y a su candidato. ¿No podrían argumentar precisamente bajo el mismo razonamiento quienes respalden el uribismo que votan por Zuluaga porque al país le sirve más terminar los diálogos de La Habana y seguir la guerra hasta debilitar más a las Farc o derrotarlas militarmente? Sí. De hecho, es exactamente eso lo que argumentan. Y Silva Romero, aunque pretende atacar al uribismo, lo termina validando con su concepción utilitarista de la moral.

Cuando Silva Romero alude a su conciencia tranquila, a lo que parece referirse es que cree que hay ciertos principios morales objetivos cuyo cumplimiento satisfaría la tranquilidad de su conciencia (en otro caso, ¿de qué lo intranquilizaría esta?). Por lo tanto, cuando dice que su conciencia tranquila no sirve de nada a la realidad y por ello la va a contradecir, lo que está diciendo es que no va a cumplir aquellos principios morales a los que su conciencia lo impulsa. Para utilizar los términos del derecho penal, no está actuando con culpa sino con dolo: sabe explícitamente que algo está mal pero lo hace. San Pablo decía que lo que no proviene de fe es pecado; es decir, si alguien actúa en contra de lo que cree, se equivoca. Bajo este mismo principio respondió Martín Lutero en la Dieta de Worms cuando la iglesia católica le pidió retractarse de la posición que había asumido:

A menos que me ilustren y convenzan con evidencia de las Sagradas Escrituras o con diferentes sustentos o razonamientos abiertos y claros —y mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios—, ni puedo retractarme ni lo voy a hacer, porque no es sabio ni seguro actuar en contra de la conciencia. Esa es mi posición. No puedo hacer algo diferente. ¡Que Dios me ayude! Amén (citado en James M. Kittleson, Luther the Reformer [Minneapolis: Augsburg, 1986], p. 61. Traducción mía).

Duélale a quien le duela, San Pablo y Lutero tenían razón. Procurar lo útil yendo en contra de la conciencia es necio e inseguro. De lo contrario, en el contexto que ocupa al columnista, tendríamos que terminar validando que alguien fuerce a otro a votar en contra de su conciencia porque el candidato está convencido de que lo que le conviene a él y a la sociedad es ganar; tendríamos que terminar validando que un contratista soborne a un funcionario para quedarse con un contrato jugoso; que las grandes compañías compren congresistas para aprobar leyes que los favorezcan; peor aún, tendríamos que terminar aceptando la existencia de grupos paramilitares porque esa es una forma útil de defenderse de la guerrilla… pero un momento, ah, es que eso es Colombia, la Colombia que tiene tan indignado a Silva Romero.

Desde una perspectiva darwinista, tendríamos que validar abusos sexuales a mujeres porque lo que realmente conviene a la especie es la procreación y entre más embarazadas haya mejor; tendríamos que validar el adulterio por la misma razón (Peter Singer, catedrático de bioética de Princeton, justificó el famoso episodio entre Clinton y Lewinsky diciendo que él era de los más aptos y el darwinismo lo compelía a propagar sus genes por doquier, que el adulterio es puro determinismo genético y selección natural). El agnóstico David Berlinski dice en su libro The devil’s delusion que aunque muchos se proclamen adalides del relativismo moral (y el utilitarismo es relativista), ni siquiera sus mayores defensores están preparados para vivir en un mundo así (p. 41). En fin, los extremos a los que podría llegarse bajo el punto de negar la conciencia por ir tras lo útil son, como dije al principio peligrosísimos. A gran escala, el utilitarismo justificó las prácticas del nazismo alemán y, paradójicamente, de su ideológicamente opuesto comunismo soviético. Así de contradictorio es.

Alguien podría decir que los ejemplos son exagerados, que es solo un voto. Pero si es solo un voto, por un lado, ¿por qué empeñar la conciencia por tan poco?, por otro lado, ¿qué va a decirles Silva Romero a todos los que individualmente venden su voto?, y en ese caso ¿a los que compran el voto? Dice Silva Romero que él prefiere «vigilar a un politiquero a ser vigilado por un predicador», ¿qué pretende decir después cuando el que sea presidente entre los dos candidatos, no importa cuál, haga algo que sea completamente utilitarista y contrario a la conciencia? «Iba contra de la conciencia pero hice lo que me parecía que servía» dirá quien sea presidente. Y Silva Romero tendrá que comer callado. Toda la indignidad moral que quiere plasmar en su columna hay que leerla a lo sumo, como dijo él mismo, «con humor». Su perspectiva utilitarista hace insustancial cualquier crítica que haga a las cosas que lo indignan. ¡He ahí la gran contradicción de la mentalidad liberal!

Ese utilitarismo, que trasciende en mucho unas elecciones, es lo que nos tiene tan emproblemados como sociedad. Terminó validando, vea usted, la mentalidad del todo vale. Y no. En una democracia toda la gracia del voto es ejercerlo a conciencia. En el voto y en cualquier otro asunto en el que se invoque la conciencia, San Pablo y Lutero tenían razón.