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Lo que Pedro entendió

La pesca milagrosa de Jacopo Bassano

Después de la resurrección de Jesús, los discípulos volvieron a Galilea. Pedro decidió salir a pescar una vez más. Debía sentir una gran frustración por haber negado a su Señor. Aunque lo vio resucitado, tal vez pensaba que no había perdón y gracia suficientes para él, de modo que volvió a su antigua profesión de pescador, a aquella de la cual Jesús lo había llamado para que pescara hombres. Quizás creía que su pecado — haber negado a su amigo y Señor— lo descalificaba ya para su nuevo trabajo. Su posición en el nuevo reino estaba, por decir lo menos, comprometida; ni más ni menos, había negado al Mesías, al heredero prometido del trono de David en el nuevo reino. En sus propias palabras, como en el bolero, lo había dejado todo por seguir a Jesús: trabajo, familia, esposa, terrenos (Mateo 19:27-28; Lucas 18:28-30) y al final él solito se había descalificado negándolo. ¡Peor aún, su Señor había resucitado! Desde la subjetiva experiencia de Pedro, lo peor que le había podido pasar no era haber negado a Jesús, sino que, después de haberlo negado, Jesús resucitara. ¡Eso sí que es mala suerte! Aparte de que los muertos no resucitan, justo el que se resucita es Aquel a quien él negó, demostrando así que era el verdadero Mesías.

Claro que sí,  Pedro estaba convencido de que su traición lo descalificaba para cualquier posición en el nuevo reino del Mesías resucitado, si es que no lo hacía merecedor de la muerte. ¿Qué opciones tenía? Es difícil culparlo. Se devolvió a hacer lo que antes hacía: pescar. Y se llevó a otros «exdiscípulos» con él: Juan, Jacobo, Tomás, Natanael y otros dos no nombrados. Pero, siendo Pedro, su mala suerte lo acompañaba, y no pescó nada en toda la noche (como en aquella época no había neveras, era costumbre pescar en la noche para vender el pescado fresco en la mañana), así que debía estar doblemente frustrado. Para completar, llegó un desconocido a la orilla con una pregunta que les echaba en cara su mala suerte:

—¿Tienen algo de comer? —preguntó.

—No tenemos nada —respondieron perdedores desde la barca.  

El desconocido les dijo que arrojaran las redes a la derecha del bote. Pedro y los demás decidieron hacerlo probablemente con cierta actitud de whatever… y para su sorpresa las redes terminaron tan llenas de peces que no podían ni siquiera levantarlas. En ese momento, uno de los que estaba con Pedro (quizás uno de los dos no nombrados), se dio cuenta de que el desconocido era Jesús y se lo dijo a Pedro. Entonces Pedro, entendiéndolo todo, se arrojó al agua y se fue nadando hasta la orilla a verlo, sin esperar siquiera que la barca, llena de los pescados por el milagro, llegara.

¿Qué fue lo que entendió Pedro? Decir que se dio cuenta de que era más grande quien hacía el milagro que el milagro mismo es un lugar común que, aunque cierto, no hace justicia al tamaño de la revelación. Hay mucho más de fondo. Lo que Pedro entendió fue el escandaloso tamaño del amor y la gracia de su Señor, la abismal diferencia entre el verdadero Mesías y los gobernantes de las naciones (Mateo 20:25-28), las reglas del nuevo reino, porque su llamado seguía vigente. ¿Cómo es esto?

La pesca milagrosa posterior a la resurrección fue casi idéntica a la pesca milagrosa previa a la resurrección en la que Jesús llamó a Pedro (Lucas 5:1-11). Como la vez anterior, Pedro y sus amigos habían pasado toda la noche sin pescar (Lucas 5:5; Juan 21:3). Como la vez anterior, fue Jesús quien les dijo que volvieran a arrojar la red (Lucas 5:4; Juan 21:6) Como la vez anterior, Pedro estaba frustrado. Y como la vez anterior, iba con otros que presenciaron lo ocurrido; es más, probablemente quien le dijo a Pedro que el de la orilla era Jesús también había estado con él en la pesca milagrosa anterior y por eso cayó en cuenta (Lucas 5:9-10; Juan 21:1-2,7). Y, más importante, como la vez anterior, la escena culminó con el llamado de Jesús a Pedro (Lucas 5:10; Juan 21:15-17).

Volvamos pues a la frustración inicial de Pedro por haber negado a su Señor resucitado; por saber que, después de ser uno de los favoritos del Mesías, él y solo él había dilapidado la oportunidad más grande de su vida; todo esto sumado al dolor que le hacía llorar por haber traicionado a su amigo inocente. Lo que Pedro recibió cuando Jesús le repitió el milagro fue vida, una nueva vida. Y no hablamos aquí solo de la vida biológica de saber su cabeza sobre su cuello… aunque fuera un alivio que no suelen tener quienes traicionan a otros señores. No, no hablamos de bios, sino de zoe, de abundancia de vida (Juan 10:10). Pedro volvió a nacer: sus sueños fueron renovados, sus esperanzas fueron renovadas y su posición fue confirmada (no es un detalle menor: Apocalipsis 21:10,14). Porque esa es la forma de proceder del Señor de Pedro, del nuevo Rey de las naciones.

Jesús terminó diciéndole a Pedro que el apóstol iba a morir como mártir por Él en algún momento y, contrario a lo que la mayoría pensaría, esas palabras fueron bálsamo para el corazón atribulado de Pedro. Jesús mismo le estaba dando la seguridad de que, cuando fuera el momento de su muerte, no negaría a su Señor como la vez anterior, sino que lo iba a glorificar con ella. Jesús, siendo palabra y vida, Logos y Zoe, no puede hablar sin dar vida. Ni siquiera hablando de muerte deja de darnos vida (Juan 21:18-19).

Jesús habló y le ratificó a Pedro que Él lo amaba con amor eterno, que lo había llamado y que Él mismo sanaba el corazón del apóstol para que, llegado el momento, fuera capaz de ofrecer su bios, porque había recibido de Jesús zoe.  

¿Contradice el Nuevo Testamento al Antiguo?

La piedad para Vittoria Colonna, de Miguel Ángel. El madero vertical de la cruz detrás de la Virgen María tiene una inscripción del Paraíso de Dante que dice: «No se piensa cuánta sangre costó» (Fuente: Wikipedia).

Me preguntan por qué el Nuevo Testamento (NT) dice algunas cosas que parecen contradecir al Antiguo Testamento (AT). Es una buena pregunta. En general, me parece que hay un problema de interpretación, más que de contradicción interna del texto. Retomaré aquí algo que escribí hace un tiempo en Instagram y lo ampliaré un poco más.

No piensen que he venido a anular la ley y los profetas; no he venido a anularlos, sino a darles cumplimiento.

Mt. 5:17 (NVI)

Hay dos formas de interpretar este pasaje, una correcta y otra contradictoria, como veremos. Con respecto a la segunda, muchos han interpretado esto como que Jesús vino a obedecer la ley de Moisés, pero eso no puede ser. Los Evangelios están llenos de referencias en los que Jesús intencionalmente se pasa la ley «por la galleta» para mostrar amor, que es el sumo bien. Veamos algunos ejemplos.

  1. La ley declaraba inmundo al leproso (Lv. 13), de modo que quien lo tocara quedaba también contaminado (Nm. 5:1-3). Sin embargo, el mismo Mateo que cita a Jesús en el Sermón del Monte diciendo que vino a cumplir la ley, lo primero que hace después de terminar tal discurso es contar que Jesús tocó a un leproso para sanarlo (Mt. 8:1-3).
  2. La ley declaraba que una mujer con flujo de sangre era inmunda y todo el que la tocara quedaba inmundo (Lv. 15:19-33). También declaraba que los muertos eran inmundos y todo el que los tocaba quedaba inmundo (Nm. 5:1-3), a tal punto que los sumos sacerdotes no podían tocar ni a sus seres más queridos (Lv. 21:10-11). Sin embargo, en una misma historia una mujer con flujo de sangre queda sana cuando toca a Jesús, y una niña muerta resucita cuando Jesús la toca (Mt. 9:18-26).
  3. La ley declaraba en varias partes que el día de reposo era irrompible, incluso en los diez mandamientos (Dt. 5:12-15) y que quien lo rompiera debía ser castigado con la muerte (Éx. 35:2-3). Sin embargo, cuando Jesús fue recriminado por trabajar en sábado dijo que sí, que eso era exactamente lo que estaba haciendo (Jn. 5:16-17). Incluso cuando sus discípulos tuvieron hambre y arrancaron espigas en día de reposo, cosa que prohibía la ley (Éx. 34:21), Jesús no los recriminó y antes los defendió ante los religiosos que querían obligarlos a cumplir la ley (Mt. 12:1-14).

¿Se contamina Jesús al tocar al leproso, a la mujer con el flujo de sangre o a la niña muerta? ¿O quedan más bien estas personas puras, sanas, vivas, al tocar a Jesús? ¡La respuesta es, por supuesto, la segunda! Si Jesús hubiera estado sujeto a la ley, habría quedado contaminado. No obstante, las palabras de Jesús dejan claro que Él es Señor de la ley, no siervo de ella (Mt. 12:8). La ley se sujeta a Él, no Él a la ley.

Entonces cuando Jesús dijo que no venía a abrogar la ley, sino a cumplirla, no se refería a sujetarse a ella, sino a darle cumplimiento. La imagen es la de un pagaré que está vigente hasta que la deuda queda cancelada (Col. 2:13-14). Abrogar la ley habría sido no pagarlo; saldar la deuda es cumplir el trato, con lo cual el pagaré —que es la ley de Moisés— queda anulado por cumplido (Ef. 2:14-15).

¿Contradice esto al AT? ¡Claro que no! Pablo les dice a los Gálatas que habría una contradicción si la ley de Moisés pudiera dar vida (Gá. 3:21). Pero la ley de Moisés era incapaz de hacer esto (y muchas cosas más). Si la ley hubiera podido dar vida, si hubiera podido justificar, si hubiera podido santificar, si de ella hubiera dependido que Dios obrara a mi favor, si de ella hubiera dependido que yo recibiera al Espíritu Santo, entonces el NT —y la promesa a Abraham, que es anterior a la ley de Moisés por varios siglos— implicaría una contradicción con el AT. Pero el antiguo pacto tenía los días contados (Gá. 3:19); terminaría cuando llegara el nuevo (Gá. 4:4). Puesto que la ley, el antiguo pacto, era inútil para producir todas las cosas anteriormente mencionadas (He. 7:18-19), es natural que su obsolescencia llegara (He. 8:13). De hecho, que este nuevo pacto llegaría, es algo que estaba profetizado desde el AT (Jer. 31:31-34).

El propósito de la ley era hacer explícito el pecado que había en mi corazón para guiarme a Cristo (Gá. 3:24). Es decir, la ley mostraba que no podía salvarme por mí mismo y necesitaba a otro, a Cristo, para que lo hiciera por mí (Mt. 19:16-26). Pero ahora que estoy en Cristo, la ley ya no es mi guía (Gá. 3:25), sino el Espíritu Santo (Gá. 5:18).

En cuanto a las promesas del AT, su propósito era apuntar a Cristo (Jn. 5:39). Volvemos así a la cita inicial que redondea todo este asunto (Mt. 5:17). Cristo cumplió la ley porque en Él se cumplió todo lo que estaba prometido (Jn. 19:30). Lejos de contradecirlo, en Cristo queda demostrada la veracidad del Antiguo Testamento.

Eternidad

La eternidad no está dada en términos de tiempo, porque el tiempo comenzó a existir. Si definiéramos la eternidad temporalmente, tendríamos que darle un inicio a Dios y, con el correr de los segundos, aquello que llamamos Dios no lo sería, sino que estaría llegando a ser. Eternidad es otra cosa. Eternidad es la plenitud que se vive en el amor. Por eso Dios es trino, necesita serlo porque es también eterno: la eternidad de cada Persona de la Trinidad se encuentra en el amor —dado y recibido— con las Otras Dos.

En cuanto a nosotros, todo lo finito es corto. A este lado del cielo, ningún vínculo se va a asemejar a la intimidad con Dios. Nada más, nadie más, puede satisfacer la eternidad que nos arde y que llevamos dentro, sino Aquel que puede amar perfectamente. Solo Él.

No obstante, lo finito puede ser muy grande, ¡mucho!, con relación a otras cosas finitas. No serán perfectos nuestros lazos, pero tampoco serán por ello malos o menos deseables. Más bien, tanto más nos aproximaremos a la plenitud de allá cuanto mejor sea nuestro amor de acá.

Así, mientras llegamos allá, amamos acá; regalamos eternidad, aquella que Dios ha puesto en nuestros corazones, a quien tenemos acá (prójimo = próximo); con la esperanza de que nuestros amores serán potenciados allá y, en Él, también ellos se harán eternos.

La superficialidad no es una opción

A pesar de lo que muchos puedan pensar con respecto a la Biblia, los libros que la componen son obras maestras de la literatura universal. Por ejemplo, 1 Corintios posee una riqueza literaria superlativa. En particular, 1:17—2:2 es de tan alta facundia que abruma y revela la estatura intelectual de Pablo de Tarso. El texto es en realidad un poema. Como lo explica K. A. Bailey (en cuyas ideas basaré esta entrada), está escrito «en verso». Así que, con algo de transliteración del griego, voy a intentar hacer la profundidad literaria más clara:

A.     1. Pues no me envió Cristo a bautizar,
              2. sino a predicar el evangelio;
                   3. no con sabiduría de palabras,
                        4. para que no se haga vana la cruz de Cristo.
     B.     1. Porque la palabra de la cruz es locura a los que son destruidos;
                   2.  pero a los que se salvan, esto es, a nosotros,
                   2′. es poder de Dios
              1′. Pues está escrito: «Destruiré la sabiduría de los sabios»
              a.     («y desecharé el entendimiento de los entendidos»).
           C.     1. ¿Dónde está el sabio?
                         2.  ¿Dónde está el escriba?
                         2′. ¿Dónde el erudito de esta época?
                    1′. ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?
               D.     1. Pues ya que en la sabiduría de Dios,
                        2. el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría,
                   E.     1. agradó a Dios, mediante la locura de la predicación,
                            2. salvar a los creyentes.
                         F.     1. Porque los judíos piden señales,
                                  2. y los griegos buscan sabiduría;
                              G.     1. pero nosotros predicamos
                                       2. a Cristo crucificado,
                         F’.    1. para los judíos ciertamente tropezadero,
                                 2. y para los gentiles locura;
                    E’.     1. mas para los llamados        b. (tanto judíos como griegos)
                             2. Cristo [es] poder de Dios, y sabiduría de Dios.
               D’.     1. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres,
                         2. y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres
                                                 c. (pues consideren, hermanos, su propio llamamiento).
         C’.    1. No muchos de ustedes son sabios según la carne,
                      2.  ni muchos, poderosos;
                      2′. ni muchos, nobles;
                 1′. sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios
                                           d. (y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte)
                                           e(y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios,
                                               y lo que no es para deshacer lo que es).
     B’.     1. A fin de que nada en la carne se gloríe en la presencia de Dios,
                   2.  por quien ustedes están en Cristo Jesús,
                   2′. a quien Dios hizo sabiduría para nosotros
                        f. (esto es, justificación santificación y redención),
               1′. para que, como está escrito: «El que se gloríe, que lo haga en el Señor».
A’.     1. Y cuando fui a ustedes    g. (y fui a ustedes),
              2. no fui con excelencia de palabras     h. (ni de sabiduría)
                   3. para anunciarles el testimonio de Dios,
                        4. pues me propuse no saber entre ustedes de cosa alguna,
                            sino de Jesucristo, y de este crucificado.

Los antiguos poetas, como los contemporáneos, no buscaban tanto la rima de sonidos (aunque a veces sí), sino la rima de ideas. Para esto recurrían a una figura literaria muy elaborada llamada paralelismo. Este poema tiene siete unidades, dadas por las letras mayúsculas en la separación anterior. En ellas se presenta el llamado paralelismo invertido: la primera unidad está asociada con la última; la segunda, con la penúltima; la tercera, con la antepenúltima; y así sucesivamente hasta llegar a un punto de pivote en el medio del poema:

A.     Predico la cruz
     B.     Ellos, que son destruidos
              nosotros, que somos salvos
           C.     El sabio (el erudito) hecho necio
               D.     La sabiduría de Dios y la ignorancia del hombre
                   E.     La predicación salva a los creyentes
                         F.     Los judíos y los griegos rechazan
                              G.     Predicamos la cruz
                         F’.    Los judíos y los gentiles rechazan
                    E’.     Cristo es poder y sabiduría para los llamados
               D’.     La sabiduría de Dios y la debilidad del hombre
         C’.    Los sabios (los fuertes) avergonzados
     B’.     Ellos, que se jactan
               ustedes, que están en Cristo
A’.     Yo predico la cruz

LAS SEIS UNIDADES EXTERNAS (A-B-C-…-C’-B’-A’)

A y A’

Las líneas de A y A’ forman conjuntamente otra forma de paralelismo llamado paralelismo escalonado.  Es decir, la primera línea de A está relacionada con la primera de A’; la segunda línea de A, con la segunda de A’; la tercera de A, con la tercera de A’; y la cuarta de A, con la cuarta de A’:

A.     1. Pues no me envió Cristo a bautizar,
              2. sino a predicar el evangelio;
                   3. no con sabiduría de palabras,
                        4. para que no se haga vana la cruz de Cristo.

A’.     1. Y cuando fui a ustedes    g. (y fui a ustedes),
              2. no fui con excelencia de palabras     h. (ni de sabiduría)
                   3. para anunciarles el testimonio de Dios,
                        4. pues me propuse no saber entre ustedes de cosa alguna,
                            sino de Jesucristo, y de este crucificado.

Las ideas explícitas de cada párrafo son, a saber:

1. La venida de Pablo.
         2. No con palabras sabias.
                3. La predicación.
                       4. La cruz de Cristo.

El lector atento notará que en la anterior descripción las líneas 2 y 3 de A están invertidas, y que la 1 está negada; a diferencia de lo que acontece en A’, que coincide en todo con la descripción explícita. La mejor forma de entender esto es que probablemente Pablo pasó mucho tiempo —quizás años— escribiendo este poema, y las líneas iniciales eran:

A.     1. Pues Cristo me envió,
              2. no con palabras sabias;
                   3. sino a proclamar el evangelio,
                        4. para que no se haga vana la cruz de Cristo.

Sin embargo, como antes del inicio del poema Pablo estaba contrarrestando divisiones relacionadas con el bautismo de algunos miembros de la iglesia de Corinto, para poder insertar su poema y mantener el contexto cambia la línea 1 de A. Esto lo forzó a cambiar el orden de las líneas 2 y 3, pues de otra manera la frase perdería todo sentido.

B y B’

Las unidades B y B’ son internamente paralelismos invertidos también:

B.     1. Los que se destruyen.
                   2.  Los que se salvan.
                   2′. Poder de Dios.
         1′. Está escrito: «Destruiré».

Las líneas 1 y 1′ coinciden, así como las 2 y 2′. Alguien dirá que la semejanza está un poco refundida entre 2 y 2′, y quizás tenga algo de cierto en la construcción semántica. No obstante, la teología paulina y todo el Nuevo Testamento enseñan que la salvación solo es por el poder de Dios y no por méritos humanos. De otro lado, para compensar un poco esta dispersión entre 2 y 2′, Pablo hace que las dos líneas mantengan ritmo y rima pues en el griego coincide  el sonido de las voces finales y las líneas tienen 8 y 7 sílabas, respectivamente.

En cuanto a B’, el paralelismo invertido puede verse así:

B’.     1. Los que se glorían.
                   2.  Ustedes en Cristo.
                   2′. Sabiduría de Dios.
          1′. Está escrito: «Que se gloríen en el Señor».

Como si fuera poco el paralelismo invertido al interior de de B y B’, Pablo hace que las dos unidades funcionen como un paralelismo escalonado, tal como ocurrió con A y A’:

B.     1. Los que se destruyen.
              2. Los que se salvan.
                   2′. Poder de Dios.
                        1. Está escrito: «Destruiré».

B’.     1. Los que se glorían.
              2. Ustedes en Cristo.
                   2′. Sabiduría de Dios.
                        1. Está escrito: «Que se gloríen en el Señor».

C y C’

Al igual que B y B’, las unidades C y C’ también manejan internamente paralelismos invertidos:

C.     1. El sabio.
                         2.  El escriba (sabio judío).
                         2′. El erudito (sabio griego).
         1′. La sabiduría hecha locura.

C’.    1. Los sabios.
                      2.  Poderosos.
                      2′. Nobles.
          1′. Los sabios hechos necios.

Y así como con A y A’, y B y B’, las unidades C y C’ también forman un paralelismo escalonado, en el que el asunto de C es el conocimiento, y el de C’, el poder (además, ha de añadirse que en la sociedad judía de la época, las clases dominantes eran las religiosas, los escribas ostentaban también poder político):

C.     1. El sabio.
              2. El escriba.
                   2′. El erudito.
                        1. La sabiduría hecha locura.

C’.     1. Los sabios.
              2. Los poderosos.
                   2′. Los nobles.
                        1. Los sabios hechos necios.

Por último, vale la pena mencionar que en estas 24 líneas de A-B-C-C’-B’-A’, la última línea de cada unidad es el tema con el que comienza la primera línea de la siguiente, excepto en una ocasión (B’2-A’1):

A1 – – – Fui enviado.
A4 – – – La cruz de Cristo.
B1 – – – El mensaje de la cruz.
B4 – – – Los sabios.
C1 – – – El sabio.
C4 – – – Sabiduría del mundo.
C’1 – – – Los sabios según la carne.
C’4 – – – Los sabios avergonzados.
B’1 – – – Nadie puede jactarse en la carne.
B’2 – – – Jactarse en el Señor.
A’1 – – – Vine (¿?)
A’4 – – – Cristo crucificado

LAS SIETE UNIDADES INTERNAS (D-E-F-G-F’-E’-D’)

En medio de las 24 líneas de A-B-C-…-C’-B’-A’, están las siete unidades D-E-F-G-F’-E’-D’. Catorce líneas («versos») que crecen desde D en 7 líneas hasta el punto de pivote G y luego decrecen desde G en 7 líneas hasta D’. Además, las dos líneas de G tienen cada una 7 sílabas en el original griego. De manera que el 7 está presente de 3 formas en el centro del poema:

               D.     1. Pues ya que en la sabiduría de Dios,
                        2. el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría,
                   E.     1. agradó a Dios, mediante la locura de la predicación,
                            2. salvar a los creyentes.
                         F.     1. Porque los judíos piden señales,
                                  2. y los griegos buscan sabiduría;
                              G.     1. pero nosotros predicamos
                                       2. a Cristo crucificado,
                         F’.    1. para los judíos ciertamente tropezadero,
                                 2. y para los gentiles locura;
                    E’.     1. mas para los llamados        b. (tanto judíos como griegos)
                             2. Cristo [es] poder de Dios, y sabiduría de Dios.
               D’.     1. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres,
                         2. y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres
                                                 c. (pues consideren, hermanos, su propio llamamiento).

D-E-E’-D’

Puede verse también que la línea D1 repite el asunto de las dos líneas externas de C (C1 y C4), y D2 repite el asunto de las dos líneas internas de C (C2 y C3). Igualmente ocurre en la comparación de C’ y D’ (D’1 sienta el patrón de C’1 y C’4; y D’2 sienta el patrón de C’2 y C’3). Y para continuar la tendencia las unidades D-E-E’-D’ están conectadas como sigue:

               D.     La sabiduría de Dios (y el mundo).
                   E.     La predicación: locura de Dios (y los salvos)
                   E’.     La sabiduría de Dios (y los salvos).
               D’.     La locura de Dios (y el mundo).

F-G-F’

Los tres pares de unidades centrales son el clímax del poema. Las dos líneas de F riman en el griego, y las cuatro líneas de G-F’ tienen 7 sílabas cada una, cosa claramente deliberada. Los temas centrales de estas tres unidades son:

               El mundo y la sabiduría de Dios.
                   La predicación (y los que creen).
                         Judíos y griegos (que no creen).
                              La cruz.
                         Judíos y griegos (que no creen).
                    Cristo: la sabiduría de Dios (y los llamados).
               El mundo y la sabiduría de Dios.

CONCLUSIÓN

Mucho más puede decirse con respecto al aspecto literario de este poema. Pero me parece que con lo expuesto acá la situación queda más que clara.

  1. Pablo es un genio desproporcionado.
  2. Debió pasar meses, probablemente años, escribiendo este poema antes de plasmarlo en la primera carta a los Corintios.
  3. Por lo tanto, la inspiración divina funciona de muchas maneras. No es solo que de repente «le cayó la moneda». Esto también puede verse al menos en otros documentos paulinos: a) En la defensa que hace el apóstol del evangelio que recibió del cielo en la carta a los Gálatas; es decir, Gálatas está plasmando ideas que él ya tenía claras en su cabeza. b) En Romanos, su obra maestra; pues en esta carta expone con muchísimo más detalle la idea de su evangelio, que años antes había comenzado a plasmar por escrito en la carta a los Gálatas.
  4. Las críticas al cristianismo por superficial lo único que revelan es la superficialidad de quienes lo critican. Es hasta entendible que a algunos les parezca difícil de aceptar, pero es incomprensible que se le deseche como una simple superficialidad.
  5. Cuando Pablo dice en el medio del poema que no habla con palabras de humana sabiduría, lo está diciendo en sentido figurado. Pues queda claro que estas líneas son una obra maestra de la lengua griega. Más bien, lo que está diciendo es que todo su extraordinario conocimiento e intelecto lo rinde a los pies de la cruz de Cristo.
  6. Es inconcebible entonces que haya supuestos expertos en Biblia que no quieran conocer el griego y se jacten desde sus altares de no conocerlo. Tienen la misma credibilidad que un experto en Shakespeare que no quiere conocer el inglés o un experto en Cervantes que no quiere conocer el español. ¡No se puede apelar a la superficialidad en nombre del Logos!
  7. Por último, este poema revela por completo el pensamiento y la vida de Pablo: renunció al honor y al poder del mundo, cosa que era una locura, con el fin de aceptar la locura del evangelio de la cruz de Cristo. Más aún, el poema comienza (A), termina (A’) y tiene su clímax (G) en la cruz de Cristo y en su consiguiente predicación. Lo demás, así al mundo le parezca locura, es paisaje.

Yo sé que mi Redentor vive

Yo sé que mi Redentor vive,
y al fin se levantará sobre el polvo;
y después de desecha esta mi piel,
en mi carne he de ver a Dios;
al cual veré por mí mismo,
y mis ojos lo verán, y no otro,
aunque mi corazón desfallece dentro de mí.
Job 19:25-27

Pocos textos bíblicos me arroban el alma con tanta fuerza como esta declaración del patriarca uzita Job. Aunque los eruditos datan el libro de Job del siglo 6 a.C., al parecer la historia como tal se remonta a una tradición oral al menos tan antigua como el mismo Moisés; cosa que la situaría como una de las más antiguas historias bíblicas, si no la más antigua. Job está tan bien escrito, es tan virtuoso su verso, que el gran poeta británico Alfred Lord Tennyson lo llamó «el más grande poema de los tiempos antiguos y modernos».

Y este preludio le da fuerza a dos cosas que quiero decir. Primero, el mensaje de Job es universal. ¿Por qué? Porque Job era de la lejana y extraña tierra de Uz y al parecer la historia es anterior a la formación del pueblo de Israel. Por lo tanto, su mensaje trasciende el judaísmo; la antigüedad y lejanía geográfica conllevan el contexto de sabiduría ancestral que apela más allá de un grupo nacional o cultural particular. Es decir, la metanarrativa de Job sitúa la historia en un contexto que abarca a toda la humanidad.

Segundo, hay un clamor existencial profundo en las palabras de Job. La estructura poética, sobre todo esta tan bien lograda, trasmite un mensaje para el que la sola literalidad es inadecuada. Cierto, necesitamos como Job un Redentor que muera y resucite por nosotros, eso es claro de la literalidad. Pero el poema marca con increíble fuerza que, además de necesitarlo en medio de nuestros sufrimientos, lo anhelamos; y si ese anhelo no se hace realidad, la vida termina truncada, incompleta y sin sentido, como en un escrito de Jean Paul Sartre.

Por eso decía C. S. Lewis que si tenemos deseos y nada en este mundo puede satisfacerlos, es porque fuimos hechos para otro mundo. Y por eso Lewis y Tolkien concluyeron que el cristianismo es «el mito que se hizo realidad». Cristo resucitó, no le quepa la menor duda (para una introducción histórica a los argumentos vea aquí y aquí). Y al resucitar hizo la creencia de Job y de todos los cristianos no solo una historia que necesitábamos y anhelábamos cierta, sino una que es cierta.

La historia de Job, hace al menos 4500 años, tiene todo el mensaje del evangelio: necesitábamos un Redentor como nosotros —luego humano— para que muriera en lugar de nosotros, pero perfecto —luego divino— para que expiara nuestros pecados y Dios lo resucitara («Yo sé que mi Redentor vive // y al fin se levantará sobre el polvo»); y así después resucitarnos a nosotros en el cuerpo («en mi carne he de ver a Dios», «mis ojos lo verán, y no otro»).

La resurrección es completamente relevante para la historia de la humanidad. Como dijera el historiador Jaroslav Pelikan: «Si Cristo resucitó, nada más importa; y si Cristo no resucitó, nada más importa». Sobre lo segundo, en ausencia de la resurrección, la necesidad y el anhelo de Job —y de todos nosotros— quedarían insatisfechos. Y esto no solo en cuanto a lo individual, sino a lo social. De hecho, John Gray y Tom Holland, reconocidos intelectuales ateos británicos, han defendido que sin el legado del cristianismo nuestra sociedad perdería el sentido y el norte (aquí y aquí). Al fin y al cabo, ¿sobre qué principios edificaríamos una nueva sociedad poscristiana? Y en caso de encontrarlos, ¿en qué los sustentaríamos? Si no existe un Dios más allá de este mundo natural, la idea de bondad se vuelve subjetiva, maleable a nuestro antojo (fueron ateos, como el mismo Nietzsche, como el mismo Huxley, quienes plantearon que si Dios no existía, la moral objetiva tampoco existía). Pero si ese Dios que existe más allá no entra en contacto con nosotros acá, así exista no nos sirve de nada. Por lo tanto Cristo.

La Trinidad en el cristianismo hace posibles las dos cosas, cerrando el círculo de manera perfecta. La trascendencia (necesaria para que Dios sea Dios y nuestros principios morales sean objetivos, entre otras cosas), y la inmanencia (necesaria, entre otras cosas, para nosotros, para que nuestra vida tenga sentido y podamos tocar lo divino) están patentes en ella. El cristianismo genera un marco conceptual tan increíblemente consistente que los demás sistemas palidecen en congruencia y sustento. Por eso también dijera Lewis en la que es quizás su frase más célebre:

Creo en el cristianismo como creo que el sol se ha levantado: no solo porque lo veo, sino porque por él veo todo lo demás.

Gray y Holland consideran al cristianismo un mito necesario, pero uno que no se ha hecho realidad. Entienden su importancia histórica y social y, como Nietzche, no ven con qué más se pueda remplazar. Igualmente Richard Rorty, famoso filósofo ateo del siglo pasado, aunque mucho defendió la democracia, reconoció que no había nada sobre lo cual sustentarla; porque, como reconociera en otro lado, solo la creencia en un Dios trascendente produce verdades objetivas. Pero los Grays, Hollands, Rortys y Nietzches de este mundo fallan en llevar sus ideas hasta sus últimas consecuencias. Se tienen que engañar para seguir viviendo. Son más coherentes los Robin Williams, los Anthony Bourdains y los Aviciis. Pues de nuevo, si Cristo no resucitó, nada importa. Nuestra sociedad occidental se derrumba como un castillo de naipes y nuestra existencia queda sumida en la crisis existencialista que produce náuseas y un constante y válido cuestionamiento de por qué no el suicidio. ¡Cuánto desasosiego en mantener una mentira útil! Si Cristo no resucitó, nada más importa. Pablo lo reconoció también así desde el principio cuando dijo que si Cristo no había resucitado, lo que creíamos los cristianos no nos serviría de nada y solo seríamos dignos de conmiseración. Si Cristo no resucitó, la angustia del corazón de Job no halla reposo y no tiene justificación. Si Cristo no resucitó, su deseo de redención y trascendencia queda eternamente insatisfecho.

Pero si Cristo resucitó, nada más importa. En particular, los sufrimientos de este mundo se vuelven tan solo pasajeros en comparación con la gloriosa eternidad que viene más adelante. Porque «mi corazón [que] desfallece dentro de mí» sabe que hay algo más allá de la muerte física, que la realidad no termina en este sufrimiento terrenal. El amor queda sellado para siempre por un Dios que lo dio todo, hasta su vida, sin importarle que por ello lo despreciaran, para acercarme a Él. La justicia se mantiene viva, porque Él es nuestra justicia ante Dios. Y la poética esperanza de verlo a Él, de entrar en contacto con lo divino, de por fin satisfacer ante una eternidad de plenitud de gozo y delicias junto a Él aquellos anhelos que nada en este mundo podía satisfacer, hace que todo, hasta el peor sufrimiento terrenal, tenga sentido. Entonces puedo amar (es decir, hacer el bien) abnegadamente y lleno de auténtica felicidad, ¡aunque duela!, porque la recompensa que por Cristo viviré allá hace este sufrimiento de acá infinitesimalmente irrelevante.

La resurrección de Cristo, vemos en Job, responde a un anhelo tan antiguo como el hombre mismo. Cristo muerto y resucitado es la respuesta para toda la humanidad. La resurrección de Cristo es la prueba de que este sí fue el mito que se hizo realidad.