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Eternidad

La eternidad no está dada en términos de tiempo, porque el tiempo comenzó a existir. Si definiéramos la eternidad temporalmente, tendríamos que darle un inicio a Dios y, con el correr de los segundos, aquello que llamamos Dios no lo sería, sino que estaría llegando a ser. Eternidad es otra cosa. Eternidad es la plenitud que se vive en el amor. Por eso Dios es trino, necesita serlo porque es también eterno: la eternidad de cada Persona de la Trinidad se encuentra en el amor —dado y recibido— con las Otras Dos.

En cuanto a nosotros, todo lo finito es corto. A este lado del cielo, ningún vínculo se va a asemejar a la intimidad con Dios. Nada más, nadie más, puede satisfacer la eternidad que nos arde y que llevamos dentro, sino Aquel que puede amar perfectamente. Solo Él.

No obstante, lo finito puede ser muy grande, ¡mucho!, con relación a otras cosas finitas. No serán perfectos nuestros lazos, pero tampoco serán por ello malos o menos deseables. Más bien, tanto más nos aproximaremos a la plenitud de allá cuanto mejor sea nuestro amor de acá.

Así, mientras llegamos allá, amamos acá; regalamos eternidad, aquella que Dios ha puesto en nuestros corazones, a quien tenemos acá (prójimo = próximo); con la esperanza de que nuestros amores serán potenciados allá y, en Él, también ellos se harán eternos.